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Wolfind

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Wolfind. 29 de noviembre a las 11:29. 23 días hasta la próxima mitad del ciclo lunar.


Steve abrió la puerta considerablemente alta y hecha de barrotes de hierro para que Tony, con ramo en manos, pudiera acceder al lugar sin ninguna preocupación. La puerta hizo un chirrido a la hora de abrirse y cerrarse una vez ambos estuvieron dentro. Se posicionó al lado del castaño, caminando juntos sobre el camino empedrado y algo estrecho. A sus costados, el pasto recién cortado y de un intenso color verde desprendía el fuerte olor a hierva. Aunque ese olor muchas veces era agradable y hasta adictivo para muchas personas, en ese momento fue todo lo contrario para ambos. El olor a cementerio nunca era algo disfrutable, y menos si es para visitar a alguien que residía ahí, bajo la tierra, con una lápida sobre ellos y dentro de un ataúd para quién sabe cuántos años.

Una considerable cantidad de lápidas les rodeaban, y eso sólo hizo que a Steve se le revolvieran las tripas. Odiaba los cementerios. Y, sobre todo, odiaba ese cementerio, el de Wolfind. Odiaba entrar ahí porque sentía que todos aquellos que perecieron por su culpa le miraban acusador desde sus agujeros. Sólo una vez había entrado a ese lugar, y fue suficiente para ya nunca más querer volver a entrar. Y es que él era el responsable de que veinticinco lápidas hubieran sido colocadas ahí, con los nombres de sus víctimas plasmados en ellas hasta que el agua y el viento decidieran borrarlos. Pero lo hacía por su Tony.

Aprovechando que las pocas personas que ahí se encontraban estaban completamente sumergidas llorándole a sus difuntos o hablándole a las tumbas, tomó en señal de apoyo la mano de su novio, quien se había detenido en un punto del camino para girar hacia el pasto. Tony agradeció el gesto en silencio.

Acompañado de un suspiro, pisó el corto y algo húmedo pasto y dio pasos lentos, vislumbrando una tumba a lo lejos con la tierra aún suelta, señal de que algo había sido enterrado allí hace poco. Alguien, mejor dicho. Steve le soltó cuando pasaron bajo la sombra de un árbol. Se quedó ahí y observó al castaño seguir caminando hacia la tumba rodeada de algunos cuantos arreglos florales.

Tony se detuvo a pocos pasos donde el pasto se terminaba y la tierra café se dejaba ver. Volvió a suspirar antes de inclinarse lo suficiente para poder dejar el ramo de rosas rojas sobre la lápida con el nombre de Peter Janson Quill plasmado en ella con letras doradas.

—Quién diría que ahora soy yo el que te trae flores, ¿eh? —habló a la tumba a la vez que acomodaba el bello ramo—. Cómo da vueltas la vida.

Se sentó sobre el césped, quedándose en silencio por largos segundos.

Los restos mutilados y devorados del rubio leñador habían sido encontrados al día siguiente que ambos hombres se sinceraron con su enamorado. El funeral y el entierro se llevaron al día siguiente. Tony, aunque se enteró de que el cuerpo de su amigo había sido encontrado, no tuvo el valor de ir ni al funeral ni al entierro. Pero ahora estaba ahí, listo para concretar esa plática que quedó pendiente entre ambos de una buena vez.

La Bestia de Wolfind (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora