V

216 16 17
                                        

Wolfind

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Wolfind. 16 de noviembre a las 00:41. 7 días para la próxima mitad del ciclo lunar.


Steve observaba como niño pequeño, impaciente, con la mirada iluminada y emocionada, con los brazos cruzados sobre la superficie de madera y recargando la barbilla en ellos, cómo la bolsa se inflaba y giraba dentro del microondas. El sonido de pop que creaban las palomitas al explotar era en verdad satisfactorio. Sin embargo, la espera comenzaba a desesperarle.

Exactamente diez segundos más tarde, abrió el microondas de golpe, sin importarle si las palomitas ya estaban listas o no. No podía esperar más. Quería regresar ya a la sala, donde su novio le esperaba. Era extraño, pero últimamente no quería estar separado de él ni por un segundo.

Desde ese día en el lago, descontando lo de las personas desaparecidas y el casi ataque de pánico que sufrió Tony, ambos se habían vuelto más cercanos y melosos el uno con el otro. El explorarse y descubrirse de la forma en la que lo hicieron, había sido suficiente para atar un lazo entre ellos que los halara cada vez que se separaban, ordenándoles que volvieran a reunirse y apretarse entre ellos en un largo y reconfortante abrazo.

Así había sido desde que eso sucedió. Pasaban juntos la mayor parte de sus tiempos libres. Sentándose a platicar, compartiendo alguna golosina juntos, narrando su día a día o simplemente pasando el tiempo mientras caminaban por las bellas calles de Wolfind. Cuando no estaban juntos, Steve mataba el tiempo encerrado en su estudio, dibujando sobre el lienzo durante horas, ansioso a que las manecillas del reloj marcaran la hora en la que tenía que ducharse para salir disparado en busca de su novio cuando éste salía del trabajo. Amaba con locura la pintura, pero amaba más cuando la hora de estar con Tony llegaba.

Ese día no había sido la excepción. Corrió en busca de su novio, lo arrastró hasta su casa y, ya en la tranquila y segura privacidad de esas paredes, ambos se saludaron como era debido: con un exquisito beso en los labios. Amaba saborear los labios de su castaño, incluso lo hacía con mayor fuerza que las otras dos cosas antes mencionadas. Los labios de Tony eran tan adictivos, tan expertos, tan dulces y deseables que le provocan la increíble necesidad de siempre estar apresándolos con los suyos. Y, en ese mismo momento, era lo que más deseaba hacer. Era exactamente justo lo contrario a lo que le ocurría con su "exnovia".

Vertió las palomitas en un tazón que encontró, notando que aún había muchos granos sin explotar, pero poco le importó. Lo único en lo que podía pensar era en ese castaño y en esos ricos labios que le enloquecían cada vez que los veía moverse al Tony hablar, húmedos, brillosos, carnosos, diciendo quién sabe qué, pidiéndole a gritos que los probara una vez más. Así lo haría.

Corrió hacia la sala, encontrando al castaño acuclillado enfrente de un mueble que allí tenía, donde guardaba las películas que había adquirido hasta el momento. En cuanto se presencia fue notada, le recibió una radiante y deslumbrante sonrisa, dejando ver esa hilera de perfectos dientes blancos. Se quedó sin aliento.

La Bestia de Wolfind (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora