Tony Stark, un hombre joven con un matrimonio fallido, escapa de la ciudad y de las garras de su marido abusador. Así es como llega a Wolfind, un pequeño pueblo leñero apartado de todas las luces y ruidos de la ciudad. Ahí conoce a Steve Rogers, un...
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Victor dejó caer la espada, la cual provocó un sonido lejano al momento de impactar contra la madera, rebotando un poco antes de caer por completo. Todo el mundo se había quedado atónito ante lo que había sucedido, todos estupefactos y en completo silencio. El tiempo en Wolfind se detuvo.
Y Steve... Steve observaba horrorizado el rostro pálido de su amado, sin ser realmente consciente de que lo que estaba sucediendo, no queriendo asimilarlo, hacerlo real. Sus ojos eran incapaces de ver la manera en la que la espalda de Tony sangraba y sangraba, el líquido rojo cayendo como catarata de la enorme rajada sobre su piel, empapando la ropa que se ceñía a la espalda. Pero a pesar de eso, Tony no apartaba la vista de él. Le sonreía con amor y le seguía abrazando, reteniendo las lágrimas para no asustarlo más de lo que ya estaba.
Le sintió acercarse un poco más, dirigiendo sus manos a sus muñecas para poder deshacer los nudos que le mantenían en su lugar, dejando un pequeño y gentil beso en sus labios a la hora de hacerlo y sin importarle que todo Wolfind les estaba viendo. Sus brazos fueron liberados.
—Tony...
—Te amo, cachorrito. Nunca lo olvides —le dijo con voz temblorosa, aún sonriéndole.
—Tony... —Él seguía estupefacto, aún sin querer procesar todo lo que había sucedido en tan poco tiempo.
—Steve, tienes que irte. Corre.
—P-pero tú...
—Yo voy a estar bien, no te preocupes por mí.
El tiempo volvió a correr, no queriendo darles ni un segundo más.
—¡La bestia está escapando! —gritó un hombre en la multitud, todos recuperándose de la brutalidad del momento para regresar a la realidad.
—Corre, Steve, ¡corre! —Tony le sacudió con las pocas fuerzas que tenía, luchando por hacerle entrar en razón, su voz apagándose.
Todo estaba pasando tan rápido y tan doloroso que parecía surrealista. Pereciera como si fuera uno de esos sueños tan reales y de los que no quieres despertar, pero terminas haciéndolo justo en la mejor parte, desilusionándote al descubrir que todo fue algo creado por tu mente. Y justo ahora, Steve quería despertar. Quería abrir los ojos y descubrirse a sí mismo en su cama, con Tony entre sus brazos durmiendo tranquilamente, sabiendo que todo fue un mal sueño y que le esperaba otro grandioso día con su amado. Pero jamás despertó. Por más que lo intentó, todo lo que sus ojos veían no se disipaba, no comenzaba a borrarse de su mente. Ere real. Todo estaba pasando en verdad.
La gente se alborotaba, le observaban, pero él sólo quería ver a Tony. Sólo quería contemplarlo por más tiempo, por toda la eternidad. Pero no podía. El tiempo no tenía piedad, no daba tregua, continuaba con su viaje sin darles un descanso para detenerse en un mirador y contemplar la vista, contemplarse a ellos mismo.
Sus lágrimas volvieron a asomarse por sus ojos. Ni siquiera tenía un mísero segundo para abrazar por última vez a su amado. No si quería que su sacrificio no fuera en vano.