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En alguna parte del bosque de coníferas

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En alguna parte del bosque de coníferas. 26 de septiembre a las 00:27. Luna llena.


Un hombre caminaba con lentitud bajo la oscuridad de la noche. La luna llena brillaba en lo alto del cielo nocturno, iluminando el bosque con su luz y permitiéndole ver con mayor facilidad por dónde caminaba. Los altos árboles le rodeaban, así como el sonido de los insectos y algunos animales nocturnos. A pesar de acercarse la temporada de frío, la noche estaba bastante agradable.

Sostenía su escopete entre sus manos, apuntando hacia el frente en todo momento para que nada se le escapara. Sí, era consciente de que había toque de queda en el pueblo, pero él tenía necesidades y una familia que alimentar. Últimamente no le había ido nada bien en su trabajo, que consistía en obtener, tratar y vender pieles de animales exóticos para la fabricación de abrigos, alfombras o simple decoración del hogar.

Debido a la cercanía del pueblo y a los leñadores merodeando todo el bosque en busca de buenos árboles, los animales con las pieles más cotizadas casi nunca salían de sus escondites o madrigueras durante el día. Y la noche al estar infestada de cazadores que buscaban lo mismo que él o de turistas que llegaban con toda la intención de acampar, había traído como consecuencia que las cosas se tornasen más complicadas de lo que ya eran.

No le quedaba más opción que desobedecer el toque de queda y adentrarse al bosque en busca de presas aprovechando que todo el mundo se encontraba encerrado. Los animales al no notar la actividad humana a los alrededores, verían la oportunidad perfecta para salir a buscar alimento. Y eso, a su vez, le beneficiaba a él de sobremanera.

Entendía la razón del toque de queda: La Bestia de Wolfind. Sea o no real esa cosa, él estaba equipado con su fiel amiga (la escopeta) para hacerle frente en caso de encontrársela por ahí, merodeando y acechando.

Pasaron largos minutos sin toparse con nada interesante y que valiera la pena como para gastar un cartucho. Las municiones de su escopeta eran muy preciadas en esos momentos de baja en su ocupación, puesto que no era nada barato armarse con una nueva dosis. Eso sin contar que, el mero hecho de disparar un cartucho, provocaría un ruido tal por todo el bosque que terminaría por espantar a las presas en verdad interesantes.

Abrumado al no ver buenos resultados, puso en marcha el plan B: trampas para osos. Se acuclilló y colocó la escopeta en el suelo para poder instalarlas, asegurándose de poner el seguro para que ésta no se disparar por accidente. Acto seguido, tomó la mochila que cargaba consigo, de donde sacó tres trampas de acero. Colocó las primeras dos en lugares estratégicos, asegurándose de cubrirlas bien con hojas secas y pequeñas ramas que estaban tiradas por el suelo.

Fue cuando se disponía a colocar la última trampa, que escuchó pisadas a su alrededor, así como el sonido de las hojas secas al ser pisadas. Se incorporó rápidamente, volviendo a tomar la escopeta y quitándole el seguro.

La Bestia de Wolfind (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora