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Wolfind

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Wolfind. 9 de octubre a las 17:27. 15 días hasta la próxima luna llena.


Steve se aproximaba al elegante restaurante. En Wolfind había varios establecimientos de aquel tipo, pero ese al que estaba yendo era el único de alta cocina en todo el pueblo. Abrió las puertas de cristal y entró. El lugar era muy agradable, con música suave de fondo y las luces en tonos bajos. Temió no encontrar un lugar disponible, pero para su fortuna, ese día el restaurante no parecía estar muy concurrido. Se acercó a la señorita que se encargaba de recibir a los comensales y de dirigirlos a sus respectivas mesas en caso de tener alguna reservación.

—Buenas tardes, caballero —le saludó amable en cuanto se acercó a ella—. ¿Tiene usted alguna reservación?

La mujer era delgada, algo chaparrita, cabello castaño que le llegaba hasta por debajo de los hombros y con un maquillaje suave, sin llegar a lo exagerado. Portaba el elegante traje con falda que todos los empleados debían utilizar (la falda únicamente en las mujeres, obvio), con el respectivo nombre del restaurante situado en el pecho. Le sonreía amable y en espera de su respuesta. Era muy mona, la verdad. No parecía superar los veinte años, y eso le llevó a pensar que tal vez la pobre estaba trabajando duro para poder pagar sus estudios.

No le sorprendía del todo el que los jóvenes ya trabajaran a muy temprana edad, después de todo, era bastante común que los padres los mandaran a hacer aquello para poder aportar en sus hogares. A veces en serio no entendía la forma de educar de algunos. Por eso él no tiene hijos, y dudaba mucho que los llegara a tener a corto plazo. Demasiada carga sobre sus hombros, y él aún no se sentía listo para afrontarla.

Vamos, que primero quería encontrar el amor verdadero. Ese que siempre se narra en los libros y películas. Y, ya con aquella persona especial a su lado y después de disfrutar al máximo de su compañía, sin limitaciones ni grandes responsabilidades, decidir si querían o no tener bebés. Esperaba no tardar demasiado en encontrar a ese amor; después de todo, no se estaba haciendo más joven. Ya se encontraba rosando los treinta, y aunque todavía le faltaba mucho camino por recorrer, quería hacerlo de la mano de esa personita que sea capaz de robarle el corazón.

—Eh, no. No tengo una reservación. Esperaba encontrar un lugar disponible.

—Sin ningún problema, caballero. ¿Viene solo o esperará a alguien?

—Solo.

—Entonces, ¿mesa para uno?

—Así es. —Sonrió.

—Muy bien. Sígame, por favor.

Asintió. Siguió a la linda joven al interior del restaurante. Ésta, amablemente, le llevó hasta una mesa cerca de un ventanal, lo suficientemente escondida y apartada para que nadie le molestara. Después de todo, la joven entendía que, si alguien visitaba un restaurante sin compañía, era para disfrutar un rato de la agradable soledad y la deliciosa comida. A veces el estar solo también era bueno y necesario.

La Bestia de Wolfind (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora