21. Poder

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El día estaba claro a pesar de la hora que era con los últimos rayos del sol desapareciendo en el horizonte. No había nubes en un cielo que parecía un manto sobre la media luna, quién parecía más grande e imponente que cualquier otra noche, y un puñado de estrellas regadas por el cielo.

El ministro Jo estaba mirando por su gran ventanal la ciudad y sus luces mientras tomaba de un ron con un poco de hielo, que, cuando lo movía, resonaba por toda la sala.

Estaba en silencio y era muy agradable. Raro, pero agradable, ya que no estaba acostumbrado a ello.

Su mujer y sus dos hijos estaban visitando a su tía, por lo que volverían entre mañana y pasado. Él, por su parte, había dicho que se quedaría en casa para descansar del trabajo que últimamente lo tenía agotado, lo cuál ciertamente, no era mentira. Críticas, cuestionamiento de sus ideas, poco apoyo de la gente y de sus propios pares en el ministerio, y la televisión eran sus más grandes focos de estrés. Día tras día todo se iba acumulando haciéndolo más irritable. Estaba cansado de todo y de todos.

Pero... al fin era fin de semana.

Estiró su espalda imperceptiblemente frente a su reflejo en la ventana y se admiró. Aún era joven, aún era atractivo, podía obtener lo que quisiera y cuando lo quisiera. Tenía el dinero y, si algún día su mujer decidía dejarlo, podría cambiarla por cualquiera en menos de un mes.

Inhaló dramáticamente. Se quedó contemplando su reflejo por poco tiempo más antes de girarse con lentitud, haciendo sonar el hielo de su bebida, y dirigirse a la otra habitación a paso arrogante.

—¿Ya estás lista? —gritó al aparente vacío departamento.

—Sí, mi amor, me estoy preparando —dijo la voz cantarina de la prostituta que había contratado para la noche.

—Está bien, te espero.

"Te espero" dijo, pero fue imposible esperar después de casi media hora de retraso que ya comenzaba a desesperarlo. Quería hacer todo lo que tenía en mente, hacerla sufrir y que se viniera con sólo decir su nombre, una y otra vez como no era capaz de hacerlo su esposa desde que nació su primer hijo.

Miró su reloj e hizo una mueca de desagrado. Su bebida se acababa y la excitación bajaba cada vez más. Era tarde y había pagado bastante por ella, era lógico que se estuviera cansando.

Comenzó a pegar repetidas veces con la punta de su pie el suelo mientras mordía su labio desesperado.

—¿Cuánto más tengo que esperar?

No hubo respuesta.

El ministro se aflojó la corbata exasperado, riendo sarcásticamente, ¿Acaso era mucho exigir por lo que había pagado?

—Oh, por todos los cielos, ¿Por qué te demoras?

Encaminó sus pasos enojados hacia la habitación, girando el picaporte con facilidad, lo cual le pareció raro, pero lo dejó pasar. Abrió la puerta sin decir nada y lo recibió la sala que nadie ocupaba y que tenía reservada para ocasiones como estas en un estado frío y sin ningún alma a la vista. Aunque todo se veía igual, había algo raro. Ella no estaba por ningún lado y todo estaba tal como lo había dejado.

El ministro, extrañado, se acercó a la única silla que había allí y la quedó mirando como si fuera un alienígena en medio de un campo.

—¿Dónde estás? —no sabía su nombre, se arrepentía por no haberlo preguntado antes.

Miró la cama como si esta pudiera hablarle y contestar sus dudas. Nada, estaba vacío, sin rastros de que siquiera alguien hubiera residido allí en al menos una semana.

hijos de la mafia » [seongjoong]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora