𝐗𝐈𝐕. 𝐂𝐫𝐢𝐚𝐧𝐳𝐚.

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Creció siendo un niño mimado, en cuna de oro, entre las mejores novedades de juguetes y la irreprochable actitud insolente, que nunca se le quitó.

Era hijo único, algo que contribuía con creces en la crianza del hijo de los Potter. Cuyo mayor deseo en la vida era poder llegar a ser padres. Cuando Euphemia cumplió los cincuenta y cinco (una edad en la que incluso para los brujos es avanzada), con la noticia del insipiente embarazo, ninguno de los dos dudó en la decisión de que su hijo tan esperado; iba a crecer rodeado de su amor.

En esos tiempos, el vivir en un hogar que se mantenía con los pilares firmes en el amor era algo extraño. Muchos fueron los intentos del resto de la familia de los Potter para intentar educar a James con "mano firme", pero ninguno de sus padres iban a permitir que le hicieran daño a su pequeño.

A pesar de ser un niño terco, el cual no se dormía si no se le leía un cuento para ir a la cama; James tenía un corazón bondadoso y fue un hecho de que la magia, que habitaba en su interior: era poderosa.

Conoció a Peter, porque jugaba con el resto de los niños mágicos de la villa, y que se separaban de los muggles. El regordete chico, quien siempre era blanco de las burlas del resto, ese día se había puesto a llorar. James fue ese niño, que a pesar de las indignadas miradas del resto, sin importarle la opinión de nadie, se abrió paso y comenzó a consolar a Peter. Volviéndose desde entonces; amigos inseparables.

Vivía en medio de un barrio muggle, y de vez en cuando, escuchaba de infraganti las conversaciones de sus vecinos, cuya opinión acerca de su familia era curiosa y malhablada. Un día, sin soportar más la desdeñosa conversaciones que su mundano vecino mantenía con el jardinero, James decidió que iba a hacerles una "pequeña" broma. Claro que Peter estaba enterado, pero por el miedo de ser atrapado, terminó escapando antes de entrar al jardín de los vecinos de James.

Terminó siendo atrapado, y sus indignados vecinos, lo agarraron por el pescuezo y lo llevaron a rastras de vuelta a su casa. Los Potter vieron a su hijo en esa actitud incriminatoria, considerando que tal vez debían empezar a imponer algo de autoridad.

Fue la primera vez que James recibió un castigo. A pesar de ser verano, no podía salir a jugar con sus amigos y veía a Peter ser marginado desde la ventana.

Aquella reprimenda fue la única en toda su vida que de verdad significó un cambio en su insolente actitud, porque aún era pequeño y no quería que sus padres lo odiaran.

A los once, recibió su ansiada carta a Hogwarts, y su padre le compró una escoba, ya que la anterior se hallaba en un estado lamentable. Con los interminables relatos acerca de Gryffindor, James no aceptaría otra casa que no fuera esa; la de los valientes, la de los leones.

Se despidió de sus padres, quienes lloraban un mar de lágrimas y subió al Hogwarts express cargado de sus materiales nuevos, con Peter siguiéndole las pisadas. Pudieron examinar los vagones y sentir el ambiente cargado de magia. Intentaron colarse en unos compartimientos, pero los niños egoístas no los querían a ellos ahí.

No fue hasta el penúltimo, donde un par de chicos, igual de desorientados que él, aceptaron su petición. La chaqueta de cuero del pelinegro fue lo que más llamó su atención, porque nunca había tenido una, ya que Euphemia las consideraba demasiado muggles. Pero tenía estilo.

Ese niño, de piel pálida y los ojos igual de negros que su pelo, poseía el mismo brillo que James, era algo que compartían los dos en su forma de mirar; eso que al instante le indicó las buenas migas que formaría a un futuro con él. Por otro lado, el otro chico, se encogió en su suéter y volvió a agarrar el libro que descansaba en su regazo. Era la primera vez que conocía a alguien de su edad que leía por gusto. Su padre lo hacía, pero siempre supuso que esa acción, era algo que te acababa por agradar cuando tu pelo era ya todo canas.

Luego volvió a meditar y terminó aceptando, que tal vez todos los niños que disfrutaban de la lectura; no jugaban a atraparse, ni se montaban en escobas los domingos.

De cualquier modo, ambos chicos se volvieron sus amigos al instante. Entre James y Sirius, compraron todo el carrito de las golosinas, y mientras devoraban sapos de chocolate, compartían sus expectativas sobre el próximo año escolar.

—Y cuando los cuatro entremos a Gryffindor... ¡Nadie podrá pararnos!

—¡Así se habla, James! —concordó Sirius, volteándose a la ventana—¡Miren! ¡Ya se puede ver el castillo!

Tal vez había sido criado en cuna de oro, pero eso no le quitaba a James, que seguía siendo impresionable, porque todavía le faltaba mucho mundo que conocer.

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Nuestro Precioso Hogar (Merodeadores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora