𝐕𝐈. 𝐓𝐫𝐚𝐧𝐬𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐬𝐢𝐧 𝐜𝐚𝐦𝐛𝐢𝐨.

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CW: Mención a sangre y situación de violencia.

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Desde pequeño le temía a la oscuridad.

No era solo un temor, como cuando veías una película de horror y tu corazón dejaba de latir por un milisegundo. Era miedo total.

Cerraba los ojos, pero eso le ocasionaba aún más desconcierto. Su respiración se tornaba agitada y, en los peores casos, comenzaba a llorar sin control. Al menos, hasta que su madre llegaba a su cuarto, preocupada de Él.

Por eso, nunca dormía con la luz apagada, tenía siempre una pequeña pegatina que alumbraba lo suficiente para que, parte de la habitación, quedara iluminada. Se acostumbró a esa parcial iluminación.

Cuando era luna llena, le gustaba abrir las cortinas de su pieza, para que la luz blanca alumbrara su cuarto aún más. Esas noches eran las mejores.

Eran.

Su madre, Hope, siempre le daba las buenas noches, y ese día no fue distinto. Lupin esperó tranquilo en su cama, con el libro de cuentos que tanto le gustaba, y aguardó a la mujer. Ella le leyó con calma cada párrafo y cuando lo notó somnoliento, salió del cuarto de su hijo, dejando las cortinas descubiertas, porque sabía que a él le gustaba dormir así.

Tal vez, si hubiera cerrado las cortinas, nada del horror hubiera ocurrido.

En medio de la madrugada, cuando la luna estaba en el punto más alto del cielo, tanto Hope, como su esposo, Lyall, fueron despertados por un estruendo. Intentó que su mujer se quedara en la habitación, pero la preocupación de una madre, le hizo agarrar la pistola que guardaba dentro de su mesilla de noche, porque con los tiempos que corrían, todas las mujeres muggles casadas con magos, tenían una pistola guardada en sus casas. (Pero eso es otra historia)

Aquella madrugada, sus padres pudieron probar lo que era el horror que sentía Lupin con la oscuridad, cuando vieron que aquel ruido venía del cuarto de su hijo. Tal vez fue peor, pero los detalles son inexactos.

Los dos recorrieron el pasillo, pero se detuvieron al ver como un lobo salía tranquilo de la habitación, con su hocico cubierto de sangre, sus ojos brillando y una mueca que mostraba sus afilados dientes.

Su mujer disparó todas las balas, y Lyall lanzó todas las maldiciones de su arsenal, pero el lobo, que era más ágil, salió tan pronto como pudo de la casa, embistiendo contra una de las ventanas.

Ambos encontraron el cuerpo de su hijo tendido en el suelo; Lupin lloraba, sosteniéndose el costado izquierdo, mientras la sangre manchaba la alfombra. Hope corrió a buscar toallas, mientras que Lyall, sostuvo el cuerpo de su hijo con cuidado y lo colocó en la cama, sobre sus sábanas azules preferidas.

Pudo notar los signos de resistencia, porque una terrible herida cruzaba el rostro de su hijo, al mismo tiempo que varias partes del torso.

No era el mago más poderoso, y tenía poca experiencia con los encantamientos curativos, pero no le interesó. Con la ayuda de su esposa, que limpiaba las heridas menores del cuerpo de su hijo, Lyall se esforzó en curar la mordida letal. Sabía que todo ese asunto había sido su culpa, y nunca se perdonaría por ello.

Después de aquella noche, Lupin dejó de temerle a la oscuridad. Ahora le temía a la luna, que aquella noche, mientras ese lobo le arrancaba su humanidad del cuerpo, sin piedad alguna, y a pesar de sus agobiantes súplicas, lo único que pudo ver fue la luna.

Que lo amparaba y brillaba, otorgándole más fuerza a su verdugo, dejándolo a Él: solo.

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Nuestro Precioso Hogar (Merodeadores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora