𝐗𝐗𝐗. 𝐄𝐥 𝐯𝐢𝐚𝐣𝐞: 𝑪𝒐𝒏𝒇𝒓𝒐𝒏𝒕𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏 𝒆𝒏 𝑴𝒂𝒄𝑫𝒐𝒏𝒂𝒍𝒅'𝒔

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Los edificios se extendían por las calles, alcanzando alturas impresionantes. El grupo de jóvenes cruzó la vereda mirando cinco veces a ambos lados, con más de la mitad de la multitud asombrada por lo que sus ojos veían.

James, era uno de ellos, a quien le parecía impresionante como los muggles se lo habían arreglado para construir tales estructuras, sin ayuda de la magia. Remus trataba de explicarle que, en lugar de varitas, usaban unas máquinas llamadas grúas, pero a James le seguía pareciendo una situación alucinante.

Conoció las llamadas tiendas de electrodomésticos, quedó embobado frente a un arcade donde varios niños en sus dieses se apilaban para que su turno al fin les llegara. Con Sirius se enfrentaron en una batalla campal, después de empujar a un par de niños para poder jugar, y cuando Remus regresó con las chicas, se encontró con sus tres amigos brindando un patético espectáculo al resto de críos. Peter, incluso se dio el trabajo de hacer un sutil encantamiento, para que, cuando alguno de los dos perdía todas sus vidas; reviviera al instante. Algo que lo hacían pasar como un simple truco que sucedía cuando ganas demasiados puntos.

Después de llevarse tantas fichas que el canasto rebalsó, se las regalaron a una niñita que deseaba, desesperadamente, un oso gigante de peluche.

El paisaje urbano, en cambio, para Remus, Lily y Mary, no podía impresionarles menos. Criados con muggles en su familia, vivir en aquellos rascacielos era de lo más normal del mundo.

—¿Cómo lo hacen para subir al piso de más arriba? —preguntó James, ganándose una mirada atónita de sus amigos—, es decir, si no tienen ascensores mágicos, debe ser super agotador subir las escaleras ¿No?

—No seas imbécil, Potter —replicó Mary, entornando los ojos—, los muggles también tienen ascensores funcionales.

El señor Weasley, antes de que los chicos se fueran a acampar, decidió llevarlos a dar un paseo a la ciudad. Luego de dos horas y media en coche, el hombre los dejó vagar a ellos por su cuenta, siempre y cuando regresaran con el antes de las cinco.

Comieron en un McDonald's, para el pesar de Marlene, quien siendo una vegetariana en procesos de pasar al veganismo, tuvo que conformar con las papas fritas y un par de verduras que compró en la tienda del lado.

La siguiente entretención para los sangre pura, fue clara; la sala de recreo para los niños pequeños, desde que entraron, Sirius, James y Peter, se voltearon y asintieron. Remus también fue arrastrado a la situación, porque querían a alguien que les explicara el funcionamiento de ese "mar" de pelotas.

La chica del personal que vigilaba que los niños no se hicieran daño, miró extrañada a los adultos que querían meterse en esa atracción. Los detuvo y les mostró la tabla de altura máxima. Con solo he de explicar que a Peter, el más bajito de los cuatro (aunque James tampoco podía darse aires, porque se trataba de un par de centímetros de diferencias), le llegaba aquel cartel hasta la cintura, fue suficiente.

Entonces, después de reunirse en un grupo, con Lupin pensando en lo hambriento que se encontraba, decidieron hacer un infalible plan, que al menos dejaría a Peter y Sirius adentro. James, calculando el diámetro de los toboganes, si lograban distraer a la joven, entraba a la perfección y, Sirius con Peter, únicamente necesitaban adoptar su forma de animagos.

Estaba claro quien era el que debía ser el que ejecutaba la distracción; Lupin se los iba a cobrar caro, en especial cuando algo que más le costaba en el mundo era presentarse a sí mismo, sin sonar demasiado formal. Así que solo imitó las palabras que Sirius le dijo.

—Dile algo como: "Hola, soy el amigo de los imbéciles de hace cinco minutos, me pareciste muy linda y por eso vine a hablarte" también debes agregarle gestos como guiños o movimientos de manos.

Lupin se acercó con las mejillas sonrojadas, y después de estar un par de segundos parado frente a la chica, comenzó a hablar. Sirius y Peter, en el momento en que la muchacha se volteó para reírse de lo que sea, subieron al parque de juegos, acompañado por James.

Dentro del tobogán, aun escuchando los pequeños coqueteos de la muchacha con Lupin (que ponían a Sirius nervioso), se encontraron con un par de niños que los miraron con los ojos bien abiertos, al dejar pasar a un perro, una rata y un adulto que se lanzaban por el tobogán varias veces. Pocos minutos después, el lugar quedó vacío de niños, y solo ellos tres se hallaban divirtiéndose.

Pero Sirius no pudo soportarlo más cuando vio, mientras caía por el tobogán, como Lupin parecía complacido de la presencia de la otra chica, con un gesto amistoso y la mano de la muchacha tocando su cabello. Salió de la atracción sin mirar atrás, farfullando. Minutos después también fueron James y Peter, quienes no comprendían muy bien lo que había ocurrido, hasta que también se fijaron de reojo sobre Lupin.

Se sentaron de mala gana a la mesa, con las chicas llegando con las bandejas.

—¿Por qué las malas caras, chicos? —cuestionó Lily, sentándose al lado de James, que se mordía el labio.

—¿Y Lupin? ¿Esta en el baño? —agregó Mary, buscando su pedido—, fue graciosa la cara del vendedor cuando le preguntamos que queríamos más de diez hamburguesas. ¡No entiendo como Lupin puede comer tanto!

Sirius no respondió, pero no quitaba los ojos al pasillo. La música le pareció cansina y su piel se erizó al escuchar las risas de Remus. Esa parte que era tan difícil de conseguir, aquella chica lo había logrado en menos de diez minutos.

Señaló al fondo del pasillo, y con descaro todos voltearon a ver a Lupin, abrieron los ojos sorprendidas y luego a Sirius que masticaba sin ganas la hamburguesa. James decidió contarle todos los acontecimientos.

—Sirius, no puedes quejarte —mencionó Marlene—, tú fuiste el de la increíble frase de ligue.

—¡Si, pero yo pensé que Lupin era gay!

—¿Ni siquiera sabes si tu novio es gay? —inquirió Lily, mascando una patata—, Es decir, yo también lo asumí, pero nunca puedes estar seguro cuando se trata de Remus ¿Verdad?

Cuando ya todos estaban terminando de almorzar, Lupin apareció, con una sonrisa en los labios, rejuvenecido.

—Lamento la demora. ¿Dónde esta mi...? —Todos bajaron la mirada, menos Sirius quien le tiró la bandeja —¿Qué sucedió? ¿Por qué estás tan enojado, Sirius?

—No sé, Pregúntale a tu amiguita.

—Sirius, me estás cansando ¿¡Que es lo que sucede?!

—¡¿Así que te parezco una molestia?! Esta bien... ¡Entonces mejor vete con esa muggle! Tal vez, te puedas divertir más.

Remus, golpeó la mesa frustrado y con los ojos algo húmedos, guardándose sus palabras, salió del establecimiento.

La incómoda situación concluyó con Lupin guardando sus hamburguesas en una bolsa, saliendo del local, enfurecido de la actitud infantil de Sirius y algo dañado, por no comprender la razón del enojo inicial de Sirius.

Todos se quedaron en silencio un buen rato hasta que James se levantó decidido de la mesa y se enfrentó a Sirius.

—¿¡Pero qué mierda te pasa, James?!

—¡Eres un imbécil! ¡¿Cómo te atreviste a decirle eso a nuestro lunático!?

El resto de la jornada trascurrió con dificultad, porque Sirius ya no tenía ganas de nada. Las chicas lograron encontrar a Lupin que devoraba su comida en un parque, y lo trajeron a rastras de nuevo con el grupo, pero ambos chicos mantenían una relación entre la indiferencia y la pasiva-agresividad.

A las cinco, se sentaron en extremos del auto muy distantes, con Lupin leyendo un libro y Sirius cambiando la música todo el rato.

Lo peor, era que para el día siguiente habían traído cuatro carpas, acondicionadas para dos personas cada una. Tres para parejas y una con camas individuales.

Eso iba a ser un problema, si una de las parejas, parecía ni siquiera querer dormir en la misma habitación junto a seis personas más.

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Nuestro Precioso Hogar (Merodeadores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora