Visitas inesperadas

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La casa de Namjoon estaba en un buen barrio, como Seokjin ya imaginaba, de esos de clase media en los que no hay altercados, y donde, más o menos, uno puede vivir tranquilo. Aun así, estaba a años luz de la mansión familiar donde el omega había crecido.

La vivienda no estaba adosada a otros inmuebles y se hallaba rodeada por un muro a media altura con vallas metálicas.

Una forma de mantener la privacidad.

El chófer se detuvo junto a la entrada principal en la calle, ya que no existía acceso para vehículos.

Se asomó por la ventanilla antes de moverse para bajar.

—¿Quiere que lo acompañe? —sugirió el chófer.

—No, gracias. —Seokjin cogió los documentos—. Y tampoco hace falta que te quedes aquí esperando.

—Pero su padre insistió en que...

—No te preocupes, estoy seguro de que el señor Kim dispondrá todo lo necesario para que yo pueda volver a casa.

—No sé...

—Señor Lee, no sé por cuánto tiempo estaré aquí y no tengo corazón para hacerlo esperar con lo tarde que es. No se preocupe, estaré bien. —Le sonrió al tipo para convencerlo.

Seokjin se encaminó hacia la puerta principal. Observó cómo el chófer permanecía a la espera. Seguramente quería asegurarse de que no pasaba nada. Golpeó la gruesa aldaba de latón y esperó a que se abriera la puerta.

Unos interminables segundos después, un hombre, al que Seokjin catalogó como el mayordomo, abrió la puerta y sin muchas ceremonias lo hizo pasar.

—El señor te está esperando. Acompáñame.

«Un "por favor" no habría estado de más», pensó el omega mientras seguía al empleado.

Caminó por un pasillo decorado sencillamente y bien iluminado, con objetos bastante vanguardistas.

Por lo visto Namjoon tenía gustos similares a los suyos. ¿Quién lo hubiera imaginado?

Cuando abandonaron la planta baja y el mayordomo le indicó que subiera tras él, Seokjin se sorprendió, pues, aplicando la lógica, el despacho estaría abajo, pero por lo visto no era así. Bueno, el abogado podía organizar la distribución de su casa como le diera la real gana. Él no iba a opinar al respecto.

Llegaron a otro pasillo que apenas estaba iluminado.

—Qué roñoso —murmuró. Y si el tipo escuchó su comentario, no dio muestras de ello. El mayordomo se detuvo delante de una puerta, la cual abrió y, siguiendo su tónica habitual, es decir, no decir ni pío, le indicó que entrase.

Seokjin, que había esperado un ofrecimiento más educado, se encontró en una estancia oscura, sin posibilidad de pedir una mísera taza de té y a la espera de que apareciera Namjoon.

Con la escasa luz y desconociendo la distribución, nadie podía pedir que no tropezara con algo. De todos modos, no quería que el dueño tacaño entrara en la sala y lo sorprendiera escondiendo las evidencias de su torpeza bajo la alfombra.

—Por lo menos podrían abrir las cortinas para que entrase la luz de la calle —protestó en voz alta sabiendo que estaba pidiendo imposibles.

Así que caminó despacio, sujetando bien los documentos que portaba, tanteando con los pies y agudizando la vista hasta detenerse junto a una consola de madera ubicada contra la pared.

Eso no era, ni de lejos, algo parecido a una mesa de despacho para poder trabajar, pero Seokjin era un profesional y si lo que pretendía el abogado era incomodarlo, pues qué pena. Por poco y lo obligaba a retroceder veinticinco años en el tiempo y prescindir de la luz eléctrica para volver a las incómodas y peligrosas lámparas de gas. Estaba allí para trabajar, después ya se desquitaría hablando largo y tendido de la tacañería de Namjoon.

A contracorriente ➳ NamjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora