•|Epílogo|•

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•|Epílogo: Tiempo, sangre, hueso y polvo|•

“Por favor, sin importar todo el tiempo que estemos en este mundo, nunca olvides esta alma y todo lo que ha hecho para llegar a tu lado.”

El cabello blanco bailó junto al fuego cercano con recato.

Ella no era una persona que rogaba por ayuda, no le gustaba pero reconocía sus propios límites a la hora de pelear y sin sus extremidades más fuertes y con un niño de cinco años esperándola en casa, Enji era su única opción. Era madre soltera por opción, en su momento pudo haber ido detrás de Shigaraki para ayudarlo cuando lo sintió cerca suyo ese día en donde murieron Izuku y Katsuki, pero no lo hizo. Se sintió traicionada después de todos esos meses que estuvo sola, mendigando amor por un hombre que a la hora de ver el destino frente a sus ojos, no pudo elegirla después de todo su camino juntos. Su pequeño hijo de cinco años, con esa mirada tan similar a la de su difunto padre, era un castigo por esa decisión pero la miseria era parte de su vida desde hace años, incluso antes de conocerlo a él. Y con más fuerza el día que los nomus la despojaron de su libertad física así que a sus treinta y cinco años estaba acostumbrada a que la vida la tratase así. Pero tuvo miedo, sin Tenko en su vida, el nombre de Afo seguiría persiguiendo sus pasos si no se aseguraba de que podía proteger a su hijo. Investigó a Afo por años hasta que halló su rastro en una Alemania marcada por el desarrollo. Y qu Enji estuviera viviendo ahí como embajador de Japón de la OMH fue mera suerte, una que agradeció cuando la ayudó a calcinar al vestigio viviente de su pasado.

Se posicionó a su lado, donde las cenizas se mostraban más oscuras. Era de noche, apenas entrando el invierno europeo, Afo había aprovechado los disturbios que rodeaban a la comisión para huir de Japón en un momento oportuno. Fue inteligente pero no lo suficiente como para cubrir sus pasos, sus ayudantes eran estúpidos y demasiado evidentes a la hora de espiar a Mirko y su pequeño Yuu. Después de unos cuantos huesos rotos, ellos lo traicionaron y Afo sin Shigaraki en la escena, era débil. Aún así, no lo suficiente para hacerlo sola, por eso apareció frente al elegante departamento de Enji en Berlín. En un principio no pudo reconocerlo, el hombre bordeaba los cincuenta y cuatro años pero apenas se le notaban, su cabello seguía al rojo vivo y su cuerpo mantenía el músculo debajo de la ropa.

Si Mirko era honesta, siempre había envidiado a Hawks por tenerlo, ahora estaba ahí, no era una visita casual en busca de un polvo que bien podría pedir; necesitaba ayuda y después de explicarle todo al ahora embajador, no tuvo que insistir mucho en pedirla. Una semana después, ahí estaban ambos, viendo las cenizas de un laboratorio clandestino a las afueras de Berlín, con Afo hecho un manojo de huesos negros y cenizas oscuras. La noche tan oscura como la carne y los cimientos del edificio en mal estado, rodeado por maleza seca y árboles lejanos. Una vista miserable pero suficiente para calmar a Mirko después de años investigando a un hombre que siempre la perseguía en sus pesadillas, amenazándola cada noche con quitarle a su preciado hijo.

Lo único de la vida que realmente le importaba.

La calma hizo mella en sus músculos y cayó de lleno en el suelo, las lágrimas mojaron sus mejillas y su risa tranquila rompió el crepitar del fuego. Había estado tanto tiempo temerosa que ahora, con su mayor miedo hecho cenizas, solo podía dejar que sus músculos y mente fueran más allá de la preocupación. Cerró los ojos y contenta sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta un pequeño juguete, el aroma suave de su hijo la envolvió en emoción. Apretó el pequeño juguete entre sus dedos y lloró, evocando un poco de la angustia manchada con felicidad casi plena.

Enji observó a la omega y su instinto rugió en sus venas, hace años que no tocaba a nadie. Su estancia en Alemania ya casi rozaba los cinco años y la última vez que estuvo con alguien fue en Japón. Alemania no contaba con servicios de Omegas a domicilio cuando algún alfa lo necesitaba, por lo tanto se rindió ante los supresores y pastillas. Cuando vió a Mirko en su puerta, más madura y con un deseo explícito en sus ojos, fue cosa de segundos en aceptar su petición. Y más cuando vió la pequeña fotografía que ella guardaba en su billetera. El pequeño Yuu poseía cabello blanco, ojos rojos y una bella piel tostada, era un niño hermoso. Uno que Mirko ahora podía presumir con orgullo. Afo ya no estaría ahí para quitárselo.

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