Prólogo

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Observó fijamente la lápida gris y carente de gracia. En ella rezaba el nombre Edward Munson. La gente no tardaría en profanarla, de eso estaba seguro, no tardarían en señalas aquella lapida como la tumba del diablo, pero también estaba seguro de que Eddie aún seguía vivo.

A pesar de que había asistido al funeral, a pesar de que había visto el cuerpo, él tenía la fe de que Eddie aún estaba con vida.

Algo dentro de sí le decía que Eddie seguía vivo. 

Robin y Nancy estaban paradas a su lado, y cada una lo tomaba de una mano.

—Creo que ya deberíamos irnos —murmuro Robin.

—Sí. Estoy de acuerdo contigo. Ven Steve, es hora de irnos.

Ambas chicas tiraron de él, alejándolo lentamente de la tumba.

No había sido realmente cercano a Eddie, pero durante el tiempo que habían convivido el pelilargo había despertado en él sentimientos hasta ahora desconocidos.

—¿Estás bien? —la pregunta de Robin le llego lejana.

—Sí. Quiero decir... Eddie me caía bien, a pesar de que no lo conocía del todo.

—¿Solo eso? —pregunto Robin.

—Sí. Rob. Solo eso.

Lo sabía, Robin sospechaba algo, y prontamente le haría frente, pero hasta que eso ocurriera, se dedicaría a analizar los sentimientos que había desarrollado por el difunto Munson.

Para cuando regreso a casa, la noche se cernía sobre Hawkins.

Entro en su cuarto, se desvistió y se metió en la cama, esperando dormir un poco.

Cerro los ojos, relajando poco a poco su cuerpo.

Despertó pasadas las 3 a.m. a causa de los incesantes ladridos de Princess, el perro de su vecina, y entre las sombras de la noche, apenas iluminado por la débil luz de la luna, le pareció vislumbrar una figura.

Y no cualquier figura.

Una figura muy conocida para él. 

Allí, parado a los pies de su cama, estaba Eddie.

Eddie Munson.

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