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El que sus padres regresasen antes de lo previsto había sido un gran, gran problema. Eddie se había ido del videoclub hacia casi una hora y ahora debía enfrentar a sus padres. 

Suspirando, cerro la tienda y se encaminó a casa. 

Entró, siendo recibido por su madre.

—¡Stevie! Bienvenido a casa cariño ¿Qué tal te ha ido en el trabajo?  —Beatrice beso su mejilla, sonriendo.

—Bienvenida madre. Bien, un día largo, pero bien.

—Steve, hijo, que bueno verte —su padre le dio un apretón en el hombro. 

—Ven hijo, pasa, la cena estará lista en un minuto.

El comedor estaba sumido en un silencio incómodo, cada uno con la atención puesta en su plato. 

—Steve, cariño, debemos hablar.

—¿Qué pasa mamá?

—Veras...

—Nos vamos a vivir a Nueva York —interrumpió su padre. 

Volteo a verlo tan rápido, que bien pudo haberse dislocado el cuello. 

—¿Qué? 

—Veras, cariño, a tu padre le ofrecieron un puesto muy importante en Nueva York y tiene que estar allí presente las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Por eso creímos conveniente mudarnos. La pregunta aquí es ¿Tú quieres venir con nosotros? 

—Yo... No lo sé.

—No estás obligado a venir con nosotros cielo. Es por eso que te lo preguntamos. Estas en todo tu derecho de hacer lo que desees. Puedes quedarte aquí en Hawkins, venir con nosotros a Nueva York o incluso irte a la costa oeste con tu tía Clarissa. 

No le tomo demasiado tiempo tomar la decisión. 

—Quiero quedarme aquí. 

—¿Estás seguro?

—Sí madre. Quiero quedarme. 

—Está bien cariño. Por los gastos de la casa no te preocupes, nosotros nos haremos cargo. Te depositaremos dinero todos los meses para lo que necesites. 

—Beatrice, él tiene un trabajo. 

—Lo sé Robert, pero aun así, somos sus padres y como tal tenemos que hacernos responsables de él. 

—Lo malcrías, eso es lo que haces. 

—Robert, es mi hijo, mi único hijo, y yo decidiré si darle o no dinero. Es mi última palabra. 

Realmente sus padres eran personas duras, pero cuando se trataba de algo, su madre era siempre quién tenía la última palabra.

Terminaron de cenar en el mismo silencio incómodo y él se dedicó a levantar la mesa.

Lavaba la vajilla cuando su padre entro en la cocina. 

—Steve, hijo.

—¿Sí papá?

—¿Estás seguro que quieres quedarte aquí? Quiero decir, entiendo que te criamos aquí, pero francamente no es el mejor de los pueblos. En Nueva York o Los Ángeles tendrías muchas más oportunidades que aquí. 

—Papá, yo de verdad quiero quedarme. Aquí están mis amigos, y también mi novia. 

—¿Tu novia? No nos habías mencionado absolutamente nada la última vez que te vimos. 

—Sí, es algo muy reciente para ser honesto. 

—¿Cómo se llama la afortunada?

—Robin. Es mi compañera de trabajo —mintió, definitivamente la rubia le patearía la cara cuando se enterase. Pero se lo debía. 

Bite MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora