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Advertencia de posible contenido sexual. 

Despertó con la boca algo pastosa y los labios ligeramente hinchados. Se incorporó en la cama, recordando todos los sucesos de la noche anterior, desde su pelea con Eddie hasta los besos compartidos hasta altas horas de la madrugada. 

Eddie no estaba su lado en la cama, en efecto el pelilargo no estaba en su cuarto, tal vez habría ido a cazar. 

Un fuerte ruido proveniente del piso inferior lo puso alerta, se levantó de la cama y se dirigió directamente a las escaleras, maldiciéndose a sí mismo por haber olvidado de béisbol junto a la cama. 

Lentamente abrió la puerta, asomándose con cuidado, quedando boquiabierto ante la situación que se presentaba en su cocina. 

—¿Qué rayos? —susurró para sí mismo. 

Eddie volteo a verlo, sorprendido, el pelilargo parecía un niño atrapado haciendo una travesura. 

—Te juro que puedo explicarlo. 

—¿Ah sí? ¿Un puma entro en la cocina y peleaste con él? ¿O fue un oso? 

Su cocina era realmente un desastre, había harina, cacao y huevos por toda la mesada, sin mencionar la exuberante cantidad de utensilios que se acumulaban en el fregadero. Incluso Eddie tenia harina en el cabello y en su ropa. 

—Más o menos. Yo intentaba hacerte el desayuno, darte una sorpresa, y resulto ser más difícil de lo que pensé —admitió el pelilargo, avergonzado. 

Se mordió el labio, intentando ocultar la sonrisa que pujaba por asomarse en su rostro, acercándose lentamente al pelilargo. 

—Y es realmente tierno de tu parte ¿Qué te parece si limpiamos todo este desastre y hacemos juntos el desayuno? —suavemente le quito un pedazo de cascara de huevo del cabello a Eddie, mientras que este le rodeaba la cintura con los brazos. 

El pelilargo sonrió, tímido —Me parece una estupenda idea. Lamento el desastre. 

—Descuida, de hecho, la harina en el cabello te queda muy bien. 

—Si tú lo dices. 

Estaban a punto de besarse cuando el teléfono comenzó a sonar. 

—Aguarda un momento, comienza a limpiar tú mientras yo atiendo el teléfono. 

Corrió a la sala de estar, contestando el teléfono justo a tiempo. 

—¿Diga?

—¡Stevie! Qué bueno que contestas, llamaba para saber que tal estuvo el resto de tu noche —Jacob sonaba optimista, demasiado optimista para ser un domingo a las 10 a.m. 

—En primer lugar, no me digas Stevie. Y segundo, fue increíble. 

—Entonces... ¿El macho alfa ya te reclamo como su hembra? 

—No vuelvas a decir algo así nunca. Jamás. Y la respuesta es sí, bueno, más o menos.

—Entonces me alegro mucho por ti. Tienes que contarme todo, podría ir a verte a tu casa esta tarde o vernos en la laguna. 

Estaba a punto de responder cuando el teléfono desapareció de su mano, volteo a ver a Eddie, indignado.

—Hola Jacob. Sí, Steve va a estar ocupado toda la tarde con mi lengua en su garganta, lo lamento, no podrá verte, adiós —y colgó el teléfono.

—¿Qué rayos acabas de hacer? Eres un cavernícola. 

—Oye agradece que ayer no le arranque la cabeza por estar coqueteando contigo.

Bite MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora