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Advertencia de posible contenido sexual .

La campaña que estaban jugando termino más tarde de lo que esperaba, ya pasaba la medianoche cuando terminaron de jugar.

Ahora observaba a los mocosos, durmiendo esparcidos por la sala de estar, horas antes se habían comunicado con sus padres para avisarles que dormirían en casa de Steve.

Con cuidado de no hacer ningún ruido recogió el tablero, y algunas piezas que quedaban sueltas.

Para esa instancia todos dormían, incluido Steve.

Subió las escaleras, deteniéndose un momento frente a la puerta del castaño.

Dudo un momento, con la mano apoyada en el picaporte. No más visitas nocturnas era una de las reglas impuestas por el castaño.

Iba a retomar el camino hacia el ático cuando un quejido proveniente de la habitación del castaño lo detuvo, aguzo el oído, escuchando otro quejido.

Se mordió el labio, dudando, Steve lo mataría si entraba en su cuarto e interrumpía algo importante, pero ¿Y sí el castaño estaba en peligro?

¿Y sí necesitaba algún tipo de ayuda?

Su subconsciente lo estaba sugestionando, con un gruñido se decidió a abrir la puerta sigilosamente.

Afortunadamente Steve estaba acostado en su cama, durmiendo, pero los constantes movimientos y quejidos del castaño lo pusieron alerta.

Estaba teniendo una pesadilla. Y una muy desagradable al parecer.

—No. No. Aléjate. No —la respiración de Steve comenzaba agitarse y él estaba ahí parado, sin saber qué hacer, nunca había lidiado con las pesadillas de alguien, no sabía sí debía despertarlo o no.

Steve se removía, inquieto, entre las sabanas.

—No. Lo siento. Por favor no —rogaba en sueños el castaño.

Algo se estrujo en su interior, no sabía que era, sí era su corazón o qué, pero ver a Steve en ese estado le pareció sumamente desesperante y desagradable.

Se acercó lentamente, decidido a despertarlo y cortar con lo que sea que aquejara al castaño.

Con suavidad toco el hombro de Steve, moviéndolo ligeramente.

—Steve. Steve —le llamó en un tono de voz suave, casi susurrante.

El castaño se despertó, incorporándose abruptamente en la cama —¿Qué rayos haces en mi habitación? Creí que haberte dicho que no me vieras dormir.

Aun se escuchaba agitado y su frente estaba perlada con pequeñas gotas de sudor.

—Yo no estaba haciendo eso. Te escuche desde afuera, superoído ¿Recuerdas? Y quería ver sí estabas bien o sí te estaban asesinando.

—No. Estoy bien. No pasa nada.

—Bien ¿Seguro qué no pasa nada?

—Seguro. Ya vete. Necesito volver a dormir. Mañana tengo que trabajar.

Asintió sin decir una palabra más, le sonrió débilmente y salió de su cuarto.

Subió por la escalerilla hacia el ático y cerró la trampilla.

Como cada noche se desvistió, dejando únicamente su ropa interior, y se acostó en el colchón de aire.

Se puso los auriculares y el único casete que tenía. Ya lo había escuchado fácilmente unas 40 veces desde que vivía allí.

Bite MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora