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La alarma del despertador sonó a las 7 a.m. como todas las mañanas, se levantó con el cuerpo pesado y arrastrando los pies se dirigió al baño. 

Dejo correr el agua de la ducha, mientras se despojaba de su piyama, y finalmente se metió en la ducha. Fue una ducha rápida, no tenía demasiado tiempo. 

Salió del baño con solo una toalla amarrada a la cintura, se secó y se vistió, poniéndose el uniforme de Family Video que constaba en un simple chaleco verde y un gafete con su nombre.

Abrió la puerta de su cuarto, encontrándose frente a frente con Eddie. 

—Buenos días Munson ¿Se te ofrece algo?

—Buenos días Harrington, ehm sí, quería pedirte algo.

—Dime —murmuró mientras se arreglaba su cabello. No tenía tiempo de secarlo y ponerse el fijador, por lo que simplemente lo echo hacia atrás, peinándolo con los dedos.

—¿Puedo ir contigo a tu trabajo? 

Volteo tan rápido que casi se mareó —¿Qué acabas de decir?

—Qué si puedo ir contigo a tu trabajo. Francamente ya se me está haciendo aburrido quedarme todo el día en casa. 

—Pues invita a los chicos a jugar Calabozos y Dragones. 

—Es época de exámenes Steve. Y en verdad, no quiero quedarme aquí solo.  

—Eddie... —intentó pasar a su lado, pero el pelilargo le impidió el paso. 

—Por favor, prometo no molestarte, me portare tan bien que ni siquiera te darás cuenta de que estoy allí —Eddie le hizo un pequeño puchero, sus ojos marrones relucían, brillantes, hipnotizantes, irresistibles. 

—Está bien. Ven conmigo, solo no molestes a nadie.

—Entendido jefe. 

—Ahora muévete, llego tarde al trabajo. Y si me quedo sin trabajo por tu culpa, te mato. 

—Está bien, está bien, lo entiendo.

Bajo apresuradamente las escaleras, siendo seguido por el pelilargo.

—¿No vas a desayunar?

—No. No tengo tiempo. 

 —Pero... El desayuno es la comida más importante del día. Espera un segundo, no tardo —Eddie desapareció dentro de la cocina, regresando unos segundos después con una manzana y una botella de agua en la mano. 

Cuándo paso a su lado, el pelilargo dejo la manzana y la botella de agua en sus manos y le arrebato las llaves el auto. 

—Tú desayuna, yo conduzco. 

—Pero ¿Sabes conducir?

—Sí, no te preocupes, no dañare tu precioso auto. Ahora, andando.

Se sentía ridículo yendo de copiloto en su propio auto, masticando de forma ausente la manzana, mientras que Eddie conducía con la mirada fija en la carretera.

Por suerte, llego a tiempo, abrió la tienda y comenzó a ordenar algunas películas. Eddie salto el mostrador con habilidad y se acomodó en el taburete que estaba vacío. 

—¿Qué haces? —curioseo el pelilargo. 

—Ordeno las películas que quedaron del viernes. 

Por el rabillo del ojo observo como Eddie se ponía sus auriculares y metía un casete de Dio en el walkman, lo reconoció por la portada, unas manos sosteniendo una bola de cristal. 

Bite MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora