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22. diecisiete años, pt. 2

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Al día siguiente de mi paseo nocturno con Jungkook tuve un montón de lecciones de lenguaje en casa. Papá se aseguraba de tener a mi disposición varios de los mejores tutores del reino para poder recibir educación de primera sin tener que rodearme de cuarenta estudiantes más en un salón de clases.

A veces extrañaba asistir a la escuela como solía hacer antes, pero cuando pase a nivel bachillerato, papá pensó que lo mejor sería empezar a hacer mi círculo mucho más privado y estrecho. Antes le rogaba para que me dejara volver a aquella rutina, pero ahora ya estaba en mi último año así que no quedaba mucho por lo que luchar.

Lo único bueno era que, en los viernes como este, se me permitía desocupar mi agenda de asuntos académicos para pasar la tarde libre. Lo que debería hacer (en estricto sentido) es ir a pasar tiempo con Taehyung, y si que lo hacía mucho, pero a veces solamente quería estar a solas con Jungkook.

La razón no era ningún misterio para mí.

Eran las siete de la tarde cuando llegué a su casa y toqué la puerta con mis nudillos. En cuanto me abrió, levanté la botella de vino que había colado entre mis cosas al salir de casa.

— Traje bebida — anuncie, como si tuviera que concursar para que me dejara pasar. — La robe de la reserva de mi tía y también traje algunos de esos panes que te gustan del palacio.

El chico sonrió y se hizo a un lado para dejarme entrar. Cuando pase a su lado, me jalo rápido y breve hacia él para besarme la mejilla.

Pasamos la siguiente hora sentados en el suelo jugando cartas y apostando dulces de fresa. Me había sacado el suéter al final de la tercera partida, por lo que ahora llevaba los hombros descubiertos por llevar un vestido de verano y tirantes.

— Tu turno — le recordé, pues llevaba vario rato solo viéndome.

Intenté no sonrojarme, pero fue imposible. Su mirada era imposible de pasar por alto.

— Ya, voy — estaba recargado contra el sofá pero se enderezó un poco para tirar. — Eh, ¿cuál carta fue la que pusiste tú?

— ¿No me estás poniendo atención?

— Te la estoy poniendo solo a ti, ese es el problema — señaló, dando su turno. La forma en la que había dicho eso me hizo querer lanzarme sobre él. — Sigues tú.

Le sonreí a mi mano de cartas y le eché un vistazo al chico mientras elegía qué movimiento hacer. 

— El vino te puso las mejillas rosadas.

— Empiezo a pensar que solo lo trajiste para volverme un rival más débil.

— No tengo que darte nada para eso. Lo haces por tu cuenta — me burlé.

Se río, volvió a tirar y yo igual, pero cuando volvió a tardar en tomar de nuevo su turno, levante mi vista hacia él.

— ¿Qué te pasa? — inquirí, notando cómo se le iba formando una sonrisa de un aspecto tan íntimo que casi me hace querer susurrar y quedar a oscuras. — Ya-ah, ¿es que tengo algo en la car-