Capítulo 1.

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Sus pasos eran tan livianos que se escuchaban simplemente si alguien prestaba la suficiente atención. Él era un niño pequeño que le gustaba alborotar a las personas, causar estragos y reírse después por la maldad que había realizado. Su madre le regañaba por siempre meterse en problemas y nunca sentir culpa por ello. Él tenía un hermano más pequeño al que le gustaba cuidar, siempre pasaban tiempo juntos y lo ayudaba con sus travesuras. Pero cuando comenzó a crecer, él dejó de ayudarlo. Le parecía enfermo e infantil. Hervía de la rabia y la molestia porque a su hermano ya no le parecía divertido. ¿Qué caso tenía seguir siendo hermanos si ya no se ayudaban mutuamente? Le echaba la culpa a él de todos los problemas que le causaba con su madre, su hermano era el causante de todos son malestares, él tenía la culpa porque ya no lo acompañaba en sus maldades. Ya no le gustaba molestar gente, reírse de los demás o siquiera hacerle bromas a su madre de cambiar sus pastillas para el dolor de cabeza con pastillas para dormir. Ya no le divertía hacer nada de eso y a él no le gustaba su nuevo pasatiempo. Odiaba verlo sonreír mientras jugaba con la nueva mascota que adoptaron, lo odiaba ver feliz y dar pequeños saltos cuando esta le obedecía en todo lo que hacía. Odio, odio, odio, era todo lo que podía sentir.

— Acompáñame. — le pedía el castaño en un movimiento rápido de manos.

— No quiero. Jugaré con Dobby, lo sacaré a pasear. — el mayor le comenzaba a picar el cuello de la molestia e incomodidad enfermante.

Su hermano mayor lo empujó en respuesta. Chocó contra la pared, haciéndole soltar un quejido de dolor y empapando sus ojos de lágrimas. Sus ojos hervían de rabia y no podía controlar sus instintos. Su hermano pequeño lo miraba con un puchero y los ojos cristalizados, y eso no hizo más que enfurecerlo.

Su madre había salido a trabajar, y solo se encontraban ellos dos en la casa, dejando al castaño cuidar de su hermano pequeño. Su madre a pesar de todo, confiaba plenamente en él.

Cuando el pequeño Ronie salió a pasear a su perrito, el castaño lo veía desde atrás con los puños apretados y de pie a mitad de la salida. Ronie tenía el cabello castaño oscuro y unos ojos preciosos, su hermano también lo envidiaba por ello. Incluso su apodo era bonito y ridículo. Él no tenía apodo. Era una razón más para detestarlo y no poder aguantar un momento más su sonrisa de niño bueno, porque era una mosquita muerta.

Ronie también tenía muchos amigos, le gustaba ser simpático y le facilitaba conseguir amistades. Era otra cosa que él no podía hacer con facilidad, él simplemente se refugiaba en sus carros de juguete y en la oscuridad de su habitación.

— ... ¿Por qué no quieres jugar conmigo?

Ronie no dejaba de buscarlo para salir a pasear o ir a jugar junto a los demás niños en el parque. El castaño odiaba a esos niños. Siempre le decía que se divirtiera solo, que esas cosas no eran para él. Y con tan solo trece años, había aprendido a cuidar de su hermano pequeño, y con cuidar significaba dejarle hacer todo lo que quisiera y dejarlo salir a la hora que fuese. Nunca le importó, ya que él sabía que el verdadero infierno se encontraba en su casa. Con él mismo.

Black - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora