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🏯Pequeño Palacio, Os Alta, Ravka Oriental🏯
Pov Alina
—Sabes que no puedo entrar contigo en el salón de baile —me susurró al oído—. A la Reina le daría un ataque.
—Vale, pero todavía puedes ir conmigo.
Ella sonrió.
Mientras bajábamos por el camino de gravilla hasta el túnel de madera, me fijé en que Sergei y algunos otros Mortificadores nos seguían el ritmo, y me di cuenta con un sobresalto de que estaban ahí para protegernos o, probablemente, para protegerme a mí. Supuse que tenía sentido con todos los extraños que habría en los terrenos del palacio para la fiesta, pero seguía siendo desconcertante, un recordatorio de que había mucha gente en el mundo que me quería muerta.
Los terrenos que rodeaban el Gran Palacio habían sido iluminados para exhibir unos escenarios donde había actores y pequeñas troupes de acróbatas actuando para los invitados que deambulaban por ahí. Unos músicos enmascarados se paseaban por los caminos. Un hombre con un mono en la espalda nos pasó de largo, y dos hombres cubiertos de la cabeza a los pies de láminas doradas pasaron montados en cebras, lanzando joyas en forma de flores a todo el que pasara. Unos coros con traje cantaban en los árboles. Un trío de bailarines pelirrojos salpicaban agua en la fuente del águila doble, llevando poco más que conchas marinas y coral, y ofrecían platos llenos de ostras a los invitados.
Acabábamos de comenzar a subir los escalones de mármol cuando un sirviente apareció con un mensaje para Genya. Ella leyó la nota y suspiró.
—El dolor de cabeza de la Reina ha desaparecido milagrosamente, y ha decidido asistir al baile después de todo.
Me dio un abrazo, prometió buscarme antes de la demostración, y se escabulló.
La primavera apenas había comenzado a manifestarse, pero era imposible decir eso en el Gran Palacio. La música flotaba por los vestíbulos de mármol. El aire estaba curiosamente cálido, y perfumado con el aroma de miles de flores blancas, cultivadas en los invernaderos Grisha. Cubrían las mesas y colgaban de las balaustradas en gruesos racimos.
Marie, Nadia y yo nos dejamos llevar entre grupos de nobles que fingían ignorarnos, pero susurraban cuando pasábamos junto a ellos con nuestra guardia Corporalki.
Alcé la cabeza y hasta sonreí a uno de los jóvenes nobles que estaban de pie junto a la entrada del salón de baile. Me sorprendió ver que se ruborizaba y bajaba la mirada hasta sus zapatos. Lancé una mirada a Marie y Nadia para ver si se habían dado cuenta, pero estaban parloteando sobre algunos de los platos que se servían a los nobles durante la cena: lince estofado, melocotones salados, cisne asado con azafrán. Me alegró haber comido antes.
El salón de baile era incluso más grande y amplio que la sala del trono, iluminado por una fila tras otra de relucientes lámparas de araña, y lleno de personas que bebían y bailaban al son de la música de la orquesta, cuyos músicos enmascarados estaban sentados a lo largo de la pared más alejada. Los vestidos, las joyas, los cristales que colgaban de las arañas, incluso el suelo bajo nuestros pies parecían centellear, y me pregunté cuánto se debería al arte de los Hacedores.