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Pov Alina
La criatura comenzó a dar sacudidas, golpeando con la cola de un lado a otro, y después se alzó como una serpiente, sacando el cuerpo del agua. Por un momento se quedó suspendida en el aire: translúcidas aletas con aspecto de alas, escamas relucientes y furiosos ojos rojos. De su melena volaban gotas de agua, y cuando el dragón abrió la boca reveló una lengua rosada y varias filas de dientes brillantes. Atacó la barca más cercana. Con un fuerte golpe de madera destrozándose, la esbelta embarcación se partió en dos, y los hombres cayeron al mar. Las fauces de la criatura se cerraron en las piernas de uno de los marineros, que desapareció gritando bajo las olas. Con furiosas brazadas, el resto de los tripulantes nadaron por el agua teñida de sangre en dirección a la barcaza gestante, desde donde tiraron de ellos para ayudarlos a subir.
Otro arpón encontró su objetivo y el azote marino comenzó a cantar, un sonido más bonito que cualquiera que hubiera escuchado jamás, un coro de voces que se alzaban en una lastimera canción sin palabras. No, me percaté, no es una canción. El azote marino estaba gritando, retorciéndose y revolcándose entre las olas mientras las barcas le daban caza, luchando por librarse de las puntas retorcidas de los arpones. Lucha, supliqué en silencio. Cuando te tenga, jamás te dejará escapar.
—¡Redes! —gritó Sturmhond, aunque la niebla se había vuelto tan espesa que no sabía a ciencia cierta de dónde venía su voz. Oí una serie de golpes sordos que provenían de algún lugar de la barandilla de estribor.
—Despejen la niebla —ordenó el Oscuro—. Estamos perdiendo la barcaza.
Escuché que los Grisha se llamaban entre ellos y después sentí los vientos de los Vendavales que agitaban los dobladillos de mi abrigo.
La niebla desapareció y me quedé con la boca abierta. El Oscuro y sus Grisha seguían a estribor, con la atención concentrada en la barcaza que ahora parecía estar alejándose del ballenero. Pero a babor, otro barco había aparecido como de la nada, una elegante goleta con mástiles relucientes y una bandera que mostraba un perro rojo sobre un campo verde azulado... y, bajo él, de un azul pálido y oro, el águila doble de Ravka.
Oí otra serie de golpes y vi unos ganchos de acero que aparecían en la barandilla de babor del ballenero. Me di cuenta de que eran garfios. Y después, todo pareció pasar al mismo tiempo. Un aullido se alzó desde algún lugar, como el de un lobo suplicándole a la luna. Unos hombres saltaron desde la barandilla hasta la cubierta del ballenero, con pistolas sujetas a las correas que llevaban en el pecho y alfanjes en las manos, aullando y ladrando como una manada de perros salvajes. Vi que el Oscuro se giraba, y en su rostro había confusión e ira.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Mal, poniéndose frente a mí mientras nos acercábamos lentamente a la exigua protección del palo de mesana.
—No lo sé —contesté—. Algo muy bueno o algo muy muy malo.
Permanecimos espalda con espalda, mis manos todavía esposadas, las suyas todavía atadas; incapaces de defendernos mientras las peleas estallaban en cubierta. Oímos pistolas. El aire cobró vida con el fuego de los Inferni.