𝑹𝒖𝒔𝒂𝒍𝒚𝒆

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Pov Alina

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Pov Alina

Menos de una semana después, divisé los primeros bloques de hielo flotante. Estábamos muy al norte, donde el mar se oscurecía y el hielo emergía desde las profundidades en forma de peligrosos picos. Aunque estábamos a principios del verano, el viento nos mordía la piel. Por la mañana, las cuerdas estaban rígidas por el hielo.

Habíamos llegado hasta el Paso de los Huesos, la larga extensión de aguas negras donde incontables barcos habían naufragado en unas islas sin nombre que aparecían y desaparecían entre la niebla. En los mapas, se marcaba con calaveras de marineros, monstruos de enormes bocas, sirenas de pelo blanco como el hielo y los profundos ojos negros de las focas. Solo los cazadores fjerdanos más experimentados se aventuraban hasta allí, en busca de pieles, arriesgándose a morir para conseguir premios suculentos. Pero ¿qué premio buscábamos nosotros?

Sturmhond ordenó que se recogieran las velas, y nuestro ritmo se ralentizó mientras nos deslizábamos a través de la niebla. Un silencio inquieto cubría el barco. Estudié las barcazas del ballenero, los montones de arpones con puntas de acero Grisha. No resultaba difícil adivinar para qué eran. El Oscuro iba detrás de algún tipo de amplificador. Examiné las filas de los Grisha y me pregunté quién podía ser el elegido para otro de los «regalos» del Oscuro. Pero una terrible sospecha había arraigado en mi interior.

Es una locura, me dije. No se atrevería a intentarlo. El pensamiento no resultaba demasiado reconfortante. Él siempre se atrevía a todo.

Al día siguiente, el Oscuro ordenó que me llevaran ante él.

—¿Para quién es? —pregunté mientras Iván me dejaba junto a la barandilla de estribor.

El Oscuro se limitó a seguir mirando las olas, y me planteé tirarlo por el otro lado de la barandilla. Sí, tenía cientos de años, pero ¿sabría nadar?

—Dime que no estás considerando lo que pienso —dije—. Dime que el amplificador es para Katya u alguna otra chica estúpida e ingenua.

—¿Alguien fuerte como Katya? ¿Alguien menos terca? ¿Menos egoísta? ¿Menos ansiosa por llevar la vida de un ratón? Créeme —replicó—, ojalá pudiera.

Tenía ganas de vomitar.

—Un Grisha solo puede tener un amplificador. Tú mismo me lo dijiste.

—Los amplificadores de Morozova son diferentes.

Lo miré boquiabierta.

—¿Hay otro como el ciervo?

—Estaban hechos para ser utilizados juntos, Alina. Son únicos, al igual que nosotros.

—No —dije—. No quiero eso. Quiero...

—Quiero —se burló el Oscuro—. Yo quiero ver a tu rastreador muriendo lentamente con mi puñal en el corazón. Quiero que el mar os trague a los dos. Pero nuestros destinos están ahora entrelazados, Alina, y no hay nada que ninguno de nosotros podamos hacer para evitarlo.

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