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Pov Alina
Lo primero que supe que era real, fue el balanceo del barco, el crujido de las jarcias, el golpe de agua en el casco.
Cuando traté de girarme, una espina de dolor me aguijonó el hombro. Jadeé, me enderecé y abrí los ojos de golpe, con el corazón acelerado. Ya estaba completamente despierta. Una oleada de náusea me azotó, y tuve que parpadear para alejar las estrellas que flotaban en mi visión.
Estaba en un limpio camarote de barco, acostada en una litera estrecha. La luz del día se filtraba por el ojo de buey.
Genya se encontraba sentada en el borde de mi cama, así que no la había soñado. ¿O estaba soñando ahora? Traté de sacudirme las telarañas de la mente y me vi recompensada con otra oleada de náuseas. El desagradable olor en el aire no ayudaba a calmar mi estómago, pero me obligué a tomar una larga y temblorosa respiración.
Genya vestía una kefta roja bordada con azul, una combinación que nunca había visto en otro Grisha. La prenda estaba sucia y un poco desgastada, pero llevaba el cabello arreglado en rizos perfectos y lucía más hermosa que cualquier reina.
Me alargó una taza de estaño a los labios.
―Bebe ―dijo
―¿Qué es esto? ―pregunté cautelosamente
―Sólo agua.
Traté de quitarle la taza, pero entonces noté que tenía las muñecas esposadas. Levanté las manos incómodamente.
El agua tenía un fuerte sabor metálico, pero estaba sedienta. Tomé un sorbo, tosí, y luego bebí otra vez con avidez.
―Despacio ―aconsejó, alejándome el cabello de la cara―, o te hará mal.
―¿Cuánto tiempo? ―pregunté, mirando a Ivan, que se encontraba apoyado en la puerta, mirándome―. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
―Un poco más de una semana ―contestó Genya.
―¿Una semana?
El pánico me inundó. Una semana en la que Ivan redujo mi ritmo cardiaco para mantenerme inconsciente.
Me puse de pie y la sangre me subió a la cabeza. Me habría caído si Genya no hubiera estirado una mano para estabilizarme. Me sacudí el mareo, me tambaleé hasta el ojo de buey para mirar por el círculo de cristal empañado. Nada, nada más que mar azul. No se veía puerto, ni costa. Novyi Zem se había ido. Luché contra las lágrimas que me anegaron los ojos.
―¿Dónde está Mal? ―pregunté. Cuando nadie contestó, me di la vuelta―. ¿Dónde está Mal? ―increpé a Ivan.
―El Darkling quiere verte ―replicó―. ¿Estás lo suficientemente fuerte para caminar, o tengo que cargarte?
―Dale un minuto ―le pidió Genya―. Déjala comer, que se lave la cara al menos.