Capítulo 46- El sabor de la libertad.

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ADVERTENCIA: EL SIGUIENTE CAPÍTULO TRATA UN CONTENIDO DELICADO. NO LEER EL FRAGMENTO QUE SE ENCUENTRA ENTRE ESTE EMOJI (⚠️) SI SE ESTÁ EN DEPRESIÓN O SE HAN TENIDO INTENTOS SUICIDAS.
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Las cosas iban tal cual Ambessa había planeado, Zaun se había unido a Piltover, lo cual significaba que ellas podrían deshacerse de ambas ciudades a la vez. Matar dos pájaros de un solo tiro. Jinx tenía que concedérselo, la mujer era una estratega de primera en términos de guerra.

Allí, bajo el agua caliente de la ducha que llenaba de vapor el cuarto de baño, todo lo que Jinx lograba pensar era lo cerca que estaba de su objetivo, pronto tendría a Silco de regreso, habría destruido a su hermana y su vida feliz y le entregaría a Silco todo Zaun y Piltover. Ese era el trato entre ella y Ambessa, Jinx traía de regreso a su hija y le daba la oportunidad de vengarse de Piltover y Zaun, y Ambessa la ayudaba en la lucha y le entregaba el territorio después, pasando por alto que Jinx había sido quien había disparado el misil que mató a Mel Medarda.

Jinx cerró la ducha, saliendo todavía goteando agua y mojando el suelo, parándose delante del lavamanos. Tomó de la repisa el pote de pastillas y sacó una, tragándola sin usar agua; Jinx nunca había sido amante de los medicamentos, pero aquello era lo único que evitaba que sus encuentros con Ekko terminarán en la desgracia de un engendro de ambos creciendo dentro de ella.

Sus ojos se fijaron en la forma de su cuerpo en el espejo, empañado por el vapor, había algo extraño en cómo se veía, en la figura de menor tamaño a su lado. Su mano limpió el espejo con un movimiento rápido, mostrando a la última persona que Jinx quisiera ver.

—Creí haberte dicho que te largaras —gruñó, mirando directo a aquellos ojos azules que la miraban con inocencia.

—Pensé que podía hacerte cambiar de opinión —dijo la pequeña niña en un tono esperanzado que exasperó a Jinx.

—No voy a cambiar de opinión, y no quiero consejos de una mocosa débil y llorona que no existe ya —espetó Jinx, cerrando sus manos en puños en un vano intento por contener su enojo.

—Oh, pero yo existo —repuso la niña, acercándose más a Jinx, mirando en sus ojos violetas—, estoy allí, en tu mente, dentro de ti. Yo soy tú.

Su puño impactó contra el espejo en un movimiento fuerte que ella no llegó a razonar, asestando justo donde se reflejaba la imagen de Powder. El dolor no llegó de inmediato, se tomó su tiempo, mientras Jinx respiraba erráticamente y la sangre corría de su puño, resbalando por el cristal roto hacia abajo, cayendo en el lavamanos. Lento, Jinx retiró la mano del espejo, notando los fragmentos de vidrios encajados en su piel, las heridas abiertas en sus nudillos y dedos, la roja sangre que resbalaba.

—No voy a rendirme, les mostraré a todos quien soy.

—Así será, mi perfecta hija —las manos de Silco la envolvieron desde atrás, abrazando su cuerpo desnudo, recorriendo sus brazos hasta llegar a sus manos, sus dedos acariciando con suavidad la herida de su puño derecho.

—No es nada, no duele —aseguró ella, reconociendo el gesto delicado que Silco hacía cuando la veía con alguna herida.

—No debes lastimarte antes de la batalla, Jinx —era un regaño suave, de esos que él solía darle cuando temía que ella no se tomaría bien sus palabras y buscaba que ella obedeciera de cualquier manera.

—Pronto estarás de vuelta, y podrás evitar que me lastime tanto como quieras —aseguró Jinx, sorbiendo por la nariz y notando su visión borrosa ante las lágrimas que se acumulaban en sus ojos—. Pronto estarás de nuevo conmigo, y no volveré a perderte.

Arcane: El renacimiento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora