Capítulo 3

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— Acabaremos yéndonos contigo. —le aseguró Koala colocando el último vestido en el armario de la chica.

Ya habían realizado la mudanza al completo, siendo dos días muy intensos donde todos intentaron que la joven embarazada realizarse el menor de los esfuerzos.

— Por ahora es mejor que os quedéis en el pueblo, vigilando que la abuela de Boa y papá estén bien.

— Nos encargaremos de eso, no te preocupes. —la tranquilizó Bonney, quien había terminado de colocar las sábanas en la enorme cama de la chica. — A cambio sí es cierto que...

— Sí, te enviaré dulces de la cafetería esa que tanto te gusta. —cedió _____ riéndose— Solo pásame la maldita ubicación y cada semana te enviaré alguno.

— ¡Eres la mejor del mundo!

— La tienes muy mimada, —le recriminó Boa apareciendo con una pinza en la nariz, pues venía de limpiar el baño por octava vez, le daba miedo que su amiga cogiese alguna infección en su "delicado estado" — no sé cómo pretenderás criar a tu bebé, pero espero que así no.

— ¡¡Oye!!

Y con esa queja, todas rompieron a reír y se abrazaron. Max, que las estaba escuchando desde el pasillo dónde colgaba un cuadro de Josefino, se acercó para realizar una fotografía de ese momento. Poco después esa foto de todas abrazadas y emocionadas decoraría la entrada de aquel lugar.

_____ se enteró de su embarazo un 5 de julio, llevando unas tres semanas embarazada, y tan solo 13 días después emprendió su marcha definitiva a la ciudad, con apenas cinco semanas de embarazo. Todo marchaba bien: estaba mucho más tranquila, sus amigas la ponían al día de todo lo ocurrido en el pueblo, trabajaba desde su casa 4 días a la semana y tan sólo los lunes debía acudir a las reuniones de los Proyectos, tal y cómo hacía antes cuando aún vivía alejada de la ciudad. Los directivos respetaron esa condición al conocer el estado de la mujer a pesar de su cercanía al trabajo. Realmente tenía pocas quejas, aunque no había conocido apenas a nadie. Tan solo se cruzaba con Eloísa, la anciana que vivía en la puerta de enfrente, cuando iba a comprar o al médico, siendo una adorable mujer que siempre le preguntaba por su familia y le contaba emocionada acerca de Thatch, su hijo. Al parecer trabajaba en una empresa importante. Le había sido imposible no aprenderse el nombre de aquel tipo, pues lo mencionaba con tanto orgullo que el corazón se le estrujaba cada vez que la escuchaba.

No fue hasta principios de agosto que la situación comenzó a ser extraña, porque un día, de la nada, un enorme e imponente señor de unos cuarenta años y encorbatado apareció en su puerta, ofreciéndole un cambio de vivienda (ni que decir que era mucho más grande que la actual) por un módico precio.

Al abrir la puerta, la joven observó de arriba abajo al elegante caballero y por consiguiente a ella misma, que llevaba un chándal gris cualquiera, sintiéndose pequeña y deplorable por unos instantes.

— Buenos días, señorita De Luca. Espero que esté teniendo una agradable mañana.

— Buenos días, caballero. Le deseo lo mismo. — respondió educadamente— No es por ser grosera, pero ¿quién es usted y por qué conoce mi apellido?

— Mi nombre es Jozu y vengo en nombre del señor Portgas, quien está interesado en realizarle una oferta de alquiler.

— ¿Qué?

Ignorando su confusión, él siguió hablando prácticamente como un robot.

— El señor Portgas quiere ofrecerle mejorar el lugar donde usted, ofreciéndole una vivienda prácticamente en el centro, más grande y mejor equipada, sin aumentar los costes que usted está pagando en la actual, por supuesto.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora