Capítulo 4

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Durante las siguientes calurosas semanas de agosto _____ continuó recibiendo visitas, no del mismísimo Portgas D. Ace, ya que debía estar preocupado gestionando sus millones (o de eso se burlaba ella), pero sí de sus empleados. Comenzaba a ser más que agobiante, y la joven incluso llegó a plantearse cambiar su casa por tal de perder de vista a hombres encorbatados que la atosigaban en cuanto tenían ocasión. Incluso le dejaban publicidad en su buzón cada día. Le había contado a su padre y a sus amigas cada movimiento que hacía desde que se mudó, y aquello no era menos, pero todos llegaban a la misma conclusión:

— Que le den a ese rico. —se mofó su padre— Ni siquiera sabes por qué quiere que te mudes. Uy, Esa cara... ¿Estás pensándote su oferta?

Observó a su hija negar a través de la cámara web.

— A veces dudo por acabar con esta pesadilla, pero luego recuerdo lo engreído que parecía y se me pasa. Me gusta esta casa, acabaré haciéndole caso a Koala y denunciando si esto sigue así.

— No será para tanto, con que amenaces con eso cederá creo yo.

El pensamiento de su padre no coincidía con el de su hija, quien recordaba al pecoso y, aunque no parecía una mala persona, a fin de cuentas se le presentó para hacer negocios en la puerta de su casa. Seguiría insistiendo.

— ¿Y qué tal te va en el trabajo, papá?

Su padre sonrió tristemente al otro lado de la pantalla y ella se percató al instante.

— Bien. —fingió una sonrisa— Todo marcha bien, aunque...

— Sigue siendo aburrido sin mamá, ¿no?

La chica lo sabía. Sabía lo que su padre sentía. Su padre siempre le había dejado claro que su madre eran sus piernas y sus brazos, que ella era la que lo movía a hacer cosas. Por ella dejó Italia y se fue con ella a trabajar de veterinario a un pueblo enano donde la mayoría de sus pacientes son cabras, vacas, gallinas, gatos y perros. Los animales le apasionaban, pero más le apasionó Luz. Por eso no dudó en dejar su vida en Florencia para vivir junto a la mujer que poseía una pequeña empresa familiar en un pueblo apartado del mundo. A pesar de los rifirrafes con muchos vecinos debido a que él era extranjero, el tiempo de vida compartido con su esposa fue el más feliz, e incluso le dio un nuevo sentido a la palabra "familia", un amor que él desconocía hasta que tuvo a su bebé en brazos.

— Papá, sé tu respuesta, pero... ¿Por qué no contratas a alguien que lleve toda la gestión? O mejor, ¿por qué no vendes la empresa?

El rostro de Max se oscureció.

— Esa empresa es el legado de tu madre, ha estado toda su vida trabajando en ella y no quiero que se desperdicie.

— Te va a acabar viniendo grande, —un suspiro salió de la boca de ambos ante esa declaración de _____— acabarás necesitando ayuda.

— Pues ayúdame. Esta empresa es más tuya que mía, y acabarás heredándola al completo.

— ¡Ja! ¡Ni lo sueñes! Búscate un socio ya.

— ¿Por qué no mejor buscas tú alguien que se ocupe de tu parte y así yo descanso un poco de toda la responsabilidad?

— ¿Y a quién voy a cederle yo eso? ¡Si no conozco a nadie que entienda de economía y gestión administrativa! Y mucho menos alguien que sepa negociar con transportistas, que es tu mayor problema ahora. — se burló la joven, causando que Max rodase sus ojos— Papá, en serio, véndela.

— Margarita me apoyaría.

Aquello la sacó de quicio.

— ¿Me estás comparando con esa animal? Se acabó la conversación, te llamo mañana. — y colgó para no escuchar cómo se reía su padre.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora