Capítulo 5

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— ¡¿Y Newgate estaba delante?! —gritó Boa asombrada, después rompió a reír— Eso le pasa por imbécil. Ese viejo es buena persona, seguro que le ha regañado.

— ¡Qué vergüenza! ¡¿Cómo iba yo a saber que ese era el dueño de toda la empresa?! ¡Me quiero morir!

— ¿Quizá por el enorme bigote blanco que decoraba su cara, que es lo que da nombre a toda su empresa?

— Otro comentario sarcástico y no te envío ni una tarta más, Bon.

La pelirrosa asintió e imitó un gesto militar acercándose a la cámara.

— ¡Sí, señora!

— ¡Ay, deja hueco que nos vea a todas! —se quejó Boa moviéndola.

— Oye, ¿y qué opina Max de esto? —cuestionó la glotona.

_____ puso los ojos en blanco al recordar las risas de su padre.

— Me dijo riéndose como loco que ya que fui hasta allí podría haberle pedido a Edward Newgate que me ayudase con la empresa de mi madre.

Las tres al otro lado de la cámara rieron, pero cuando vieron el rostro de la embarazada se tornaron serias.

— Perdón. —se disculparon todas intentando disimular la risa.

— Pues, amiga, voy a ir preparando la denuncia. —avisó Koala con tono desinteresado.

— No te hagas la aburrida, — le avisó Boa— estabas deseando que esto pasase.

— ¡Una demanda! ¡Llegará a una demanda! —exclamó contenta— Hablaré con el abogado del sindicato.

Sus tres amigas rieron ante la locura que acechaba a la castaña en los temas de injusticia.

— No voy a denunciarle, ni a demandarle, ni a nada. Hoy no ha venido nadie. Y ya son las tres. Quizá nadie...

El timbre de su casa sonó, causando que las cuatro guardasen silencio.

— Ve llamando al abogado. —fue lo último que dijo antes de colgar.

— ¡Yas! —y eso fue lo último que escuchó.

Casi con miedo, observó antes la mirilla para decidir si abriría la puerta o no. Lo que se encontró al otro lado la sorprendió, por lo que abrió seguidamente.

— Ace, en serio...

El pecoso supo que la había encontrado relajada y sin ganas de discutir porque lo estaba tuteando, así que aprovechó eso. Levantó ambas manos en señal de paz.

— Vale, no vengo a agobiarte. Vengo a rendirme.

Aquel anuncio provocó una sensación de alivio en De Luca, pero también le nació cierta desconfianza.

— ¿Debo creerte?

— Tenias razón. — admitió— Tengo que respetar tu decisión. Vulneraría tu derecho a tomar tus propias decisiones si intento coaccionarte así.

— ¿Vulnerar mi derecho a tomar mis propias decisiones? — repitió aún más dudosa.

— Yo qué sé, _____, — se encogió de hombros— no soy abogado. La cuestión es que lo siento, ¿vale? Es en serio. Cuando te vi en la cafetería pensé que era suficiente—se llevó una mano a su cabeza—, pero la empresa ha sido un lío estas últimas semanas y me olvidé de avisar. De veras, que lo siento.

— ¿Vas a tirar por darme pena? — intervino escéptica— Porque la gente con más de medio millón en el banco es imposible que me dé pena a no ser que tu mascota haya fallecido hace poco. Y no tienes mascota.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora