Capítulo 6

654 103 46
                                    

— ¡¿Ese hombre se ha gastado una fortuna en comida para Josefino y no le has pedido que te ayude con la empresa?!

— ¡Y dale! No voy a pedirle ayuda a nadie para tu empresa, papá. Y menos a Ace.

— ¡Ah! Ya no es el niño rico, ahora es Ace.

La cara de su padre reflejaba lo bien que se lo pasaba molestándola.

— Es Ace— repitió asintiendo— y es un niño rico.

— Sí, pero antes era insoportable y...

— Y ahora sigue siéndolo, papá.                                    

— No, ahora te parece adorable porque va a donar latas de 3000 coronas noruegas a gatitos abandonados. —continuó haciéndola enfadar.

— Te odio.

Su padre esbozó una sonrisa al verla tal y como quería.

— No te enfades, cariño. Te dejo, que voy a darme una vuelta con Margarita por los cultivos.

— Eres como un señor mayor que pasea con su cabra cada día.

— Margarita tiene más glamour que cualquier cabra, querida. Ciao.

Y le colgó sin más.

— Esto es surrealista... —se susurró y observó el reloj que portaba en su muñeca.

Era media tarde, aún le daba tiempo a dar un paseo antes de que acabase su día. Estaba cansada, había tenido que ir al Ayuntamiento ya que era lunes, después pasó por el supermercado y después tuvo una larga videollamada con su padre donde él trataba de convencerla para que le ayudase con la empresa y además de que comenzase a visitar al mismo ginecólogo que ayudó a su madre durante su embarazo. _____ se negaba porque, considerando que ya era de avanzada edad cuando ella nació, a esas alturas debía ser un dinosaurio. La respuesta de su padre era decirle que era una exagerada. Ella aún no lo consideraba relevante, porque su doctora de cabecera también la veía a menudo. De hecho, ella fue quien le recomendó dar esos paseos diariamente.

Se encontraba saliendo de su edificio cuando divisó una enorme furgoneta negra y elegante con dos apuestos jóvenes bastante fuertes descargando cajas.

"Una mudanza." Pensó al pasar por delante de ellos.

— Un momento...

Se detuvo unos segundos frente a ellos. Ambos llevaban una gorra y una camiseta blanca con un símbolo que ya conocía muy bien, pero no fue eso lo que le hizo percatarse de que toda esa mercancía era para ella, si no las cajas que se encontraban transportando hasta su edificio: eran negras y aparecía la silueta de un felino cazando pescado, concretamente un salmón.

— Disculpad...—los llamó tímidamente.

El primero en girarse sin soltar las cajas fue el de la larga melena rubia. Su compañero siguió su camino para llamar al timbre correspondiente.

— Dígame, señorita.

— Estos paquetes no serán de casualidad para el ático A, ¿verdad?

— ¿Es usted De Luca?

_____ asintió incómoda. No podía creerlo. Ace había mandado a sus empleados a llevarles la comida de gato. Se quería morir de la vergüenza, y también del agobio. ¡Eran muchísimas cajas!

— ¡¡Killer!! ¡Deja de ligar! —escuchó gritar completamente furioso al pelirrojo— ¡La maldita amiga del maldito Portgas no responde!

— Claro que no, porque está aquí.—continuó andando el rubio seguido de la joven, que abrió la puerta del edificio apurada— Ella es la receptora.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora