Después de estar dos años fuera por motivos de trabajo de sus padres, Isabella volvió a Hawkins y recuperó su amistad con los antiguos compañeros de instituto.
También había caras nuevas, como la de Billy Hargrove. Nunca había conocido a nadie al qu...
A la mañana siguiente me desperté justo antes de que sonara el despertador. Me levanté de la cama y un aroma dulce llegaba hasta mi habitación. Eso quería decir que mis padres habían vuelto a casa del hospital y habían preparado el desayuno antes de acostarse.
Abrí las cortinas de la habitación para ver que tiempo hacía. Era noviembre así que calor no podía hacer, pero al menos parecía que hacía sol. Fui hasta mi armario para ver que conjunto de ropa elegía para el día de hoy. Tras rebuscar, finalmente me decidí por unos pantalones vaqueros de tiro alto que dejaban los tobillos a la vista, unas zapatillas cómodas negras y un jersey estrecho negro. Para abrigarme escogí una cazadora de cuero negra también y puesto que hacía sol también me llevé las gafas de sol.
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Me maquillé un poco pintándome los labios de rojo y poniéndome un poco de rímel. Cuando estuve lista bajé a desayunar lo más rápido que pude. Me había entretenido tanto arreglándome que se me había echado el tiempo encima.
Al terminar de desayunar lavé los platos y el vaso que había ensuciado para no dejarles más trabajo a mis padres. Agarré las llaves del coche y me fui lo más rápido que pude al instituto.
Al llegar, entré a toda prisa y me dirigí a mi taquilla a coger los libros que necesitaba para la clase de primera hora. Estaban a punto de empezar y llegaría tarde, cosa que no me gustaba. Cuando tuve todo el material necesario, cerré la taquilla de un portazo a causa del nerviosismo.
— Buenos días Isabella. Como siempre estresada con las clases veo —me encontré de cara con Jonathan, el cual me sonrió.
— Buenos días Jonathan —le devolví la sonrisa— Efectivamente hay cosas que por mucho que pase el tiempo no cambian —bromeé.
— ¿Tienes clase de historia ahora? —me preguntó con esa calma y tranquilidad que tanto le caracteriza.
— Sí, lo que aún no tengo muy bien ubicadas las aulas.
— Tranquila, yo también tengo esa clase ahora. Si quieres vamos juntos —agarró unos cuantos de mis libros para ayudarme, ya que iba muy cargada.
— Pues te lo agradecería mucho, sí —le acaricié suavemente el hombro a modo de agradecimiento.
Mientras íbamos caminando por los pasillos me di cuenta que es verdad que hay cosas que no cambian. Jonathan seguía siendo un hombre de pocas palabras ya que no dijo nada mientras nos dirigíamos hacia el aula.
Cuando llegamos justo a la puerta donde nos tocaba la clase, nos encontramos con Billy de frente, a punto de meterse en el aula.No me podía creer que también tuviéramos esa clase juntos. De verdad, Dios mío, ¿qué te he hecho para merecer esto?
Antes de entrar en el aula nos dirigió una mirada de profunda animadversión a Jonathan y a mí. Debo decir que me dejó la sangre helada.
— ¿Y a este que le pasa? —me preguntó Jonathan extrañado.
