3. Se han perdido los valores

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Jen

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Jen


—¿Y dónde queda el código de ética profesional del agente de viajes? —me preguntó Bruno, casi en un grito desesperado. Exageró un gesto dramático, llevándose una mano a la frente.

—¡En ningún lado! —respondí con el mismo tono de voz—. Porque le di mi número personal para que me llame "en caso de alguna eventualidad".

—¡Estás loca! —exclamó fingiendo indignación—. Tú no haces eso con ningún cliente, Jen ¡con ninguno! ¡Ni con los que llevan años con nosotros!

—¡Lo sé!

—¿No dices que hay que separar lo profesional de lo laboral? ¿Que no quieres que te llamen a joderte los domingos? ¡¿Dónde quedo eso?!

—¡A la mierda con todo! Creo que lo amo, Bruno.

—Ay, babosa, no seas exagerada.

—Tienes razón, exagero... exagero...

—Pero sí te dejaste llevar por un momento de locura.

—¿Y qué querías que haga? Si te juro que es... mierda, es tan perfecto que pensé me iba a desmayar.

—¿Ya ves? —dijo molesto, y me arrojó un lapicero—. Tú que me decías que era un tarado por estar viendo series juveniles. ¡Te dije que valía la pena! ¡Te lo dije!

—¡Me retracto ahora mismo!

—¡Claro que sí! Tienes que amarlo, si no lo amas es porque estás ciega.

Lo admito, a Bruno y a mí nos gustaba dramatizar la situación. Mi madre me dio la vida, y hacer drama las ganas de vivirla. Además, eso me servía para calmar todas esas cosas extrañas que me provocó ese almuerzo con Harvey. De alguna forma era como restarle importancia a todo lo que me estaba moviendo por dentro el encuentro entre nosotros.

—Pero dime que te invitó a salir otra vez —continuó Bruno—. No sé, que te dijo para ir al bar de un hotel y luego algo más, ¡dime que sí! ¡Dime que mi jefa va a cogerse a Harvey Miller, te lo ruego por el amor a la vida!

—¡Cállate! No digas esas cosas en voz alta, ¿no ves que soy una mujer comprometida?

—¿Y eso qué? Tu prometido en estos momentos debe estar comiéndose a la cuarta día, así que déjate de tonterías.

—No es una tontería, es... —¿Qué era? ¿Fidelidad? ¿Costumbre? ¿Amor?

—Claro que lo es. Sabes muy bien que ese idiota te es infiel —abrí la boca para decir algo, pero no me dejó pronunciar ni media palabra—. ¡No me interrumpas! Lo sabes. Entonces, digo yo, si él hace eso todo el tiempo, ¿qué hay de malo en comerse a alguien que te gusta?

—Es diferente, Bruno —dije en voz baja y tomé asiento en mi escritorio. Ya me había calmado después de llegar conmocionada, por así decirlo, del "almuerzo de negocios" con Harvey.

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora