20. Casi cierto

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Jen

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Jen


Por supuesto que estaba nerviosa cuando esa puerta se abrió.

Pasé casi dos días sin darle señales de vida, no tuve en valor de hacerlo. No encendí mi celular hasta la noche que regresé al apartamento, y lo hallé hecha una puta desgracia, pues Bruno decidió vengarse de mí cocinando y dejando los platos sucios. ¿Que cómo estoy segura de que fue una venganza? Dejó una nota que decía "Te jodes por estúpida". Y si, bueno, en parte tenía razón. Digo en parte, porque a pesar de la imprudencia que fue escapar, cogí como nunca.

En fin, que ese no es el punto. Cuando prendí ese celular lo primero que vi fueron todas las llamadas perdidas de mi madre y Fred. Sus mensajes, notas de audio, etc. Y como no estaba preparada para leer o escuchar, solo los archivé y pensé en borrarlos luego.

Una parte de mí sabía que lo mejor sería hacer frente al menos a uno de ellos. Quiero decir, hacer frente de verdad.

Por eso estaba allí, tocando el timbre de la que fue mi casa. Cuando la puerta se abrió, contuve la respiración. Estaba segura de que mamá ya me había visto por la mirilla, solo se tomó unos segundos para abrirme. Después de todo, ella también tenía que prepararse.

—Hola —le dije apenas la vi. Doña Eva se mantenía seria, con esa expresión inescrutable que solía usar cuando me metía en problemas—. ¿Puedo pasar?

—¿Estás bien?

—Eso creo.

No me contestó, me dio el pase y me hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. Esa tarde salí en hora del trabajo para llegar a su casa sin que me cogiera el tráfico, y en verdad tuve suerte de encontrarla, mamá solía verse con sus amigas para jugar Bingo o ir al casino. Así que entré, sintiendo que temblaba de pies a cabeza.

—¿Y bien? —me preguntó apenas estuvimos ambas en la sala.

Había ensayado cientos de veces esa conversación en mi cabeza durante todo el día. Repetí cada una de las palabras, mis argumentos, cómo empezar, incluso el tono que usaría. ¿Y sabes qué? Fue en vano. Así somos las ansiosas, supongo. Horas de angustia repitiendo en nuestra mente todos los escenarios posibles, para al final acabar derrumbándonos entre lágrimas porque no podemos controlar nuestras emociones. No nos dio tiempo ni de sentarnos, yo solo me puse a llorar.

—Mamá... ay, mami... Perdóname, perdóname por favor. —Lloraba. Y ella, que quizá ni siquiera estaba enojada conmigo de verdad, corrió a hacerme el encuentro y me abrazó fuerte.

—Tranquila, mi bebé. Respira, por favor, respira —me pedía, mientras me aferraba a ella, y mamá me acariciaba los cabellos.

No sé en qué momento acabamos sentadas en el sofá más grande, yo con la cabeza apoyada en su pecho, llorando despacio. Sabía que ella también lloraba, que le lastimaba verme así. Ah, y sabía que en el fondo, ella se culpaba por mi ansiedad. Se lo dijo a su terapeuta, que siempre llevaría la carga de haberme provocado ese trastorno durante el proceso de divorcio con mi padre, pero yo nunca la responsabilicé de nada. En todo caso el que lo arruinó fue él, mami lo llevó lo mejor que pudo para no lastimarme.

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora