37. Emergencia

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Harvey

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Harvey


Cuando recibí la noticia de que todo salió "bien" y que podía ir a casa de la suegra a cenar esa noche, sonreí y me alegré de verdad. La última vez que estuvimos los cuatro juntos fue cuando salió a la luz la noticia del embarazo de Alexandra, y desde entonces no acabó el drama. Esa nueva oportunidad, quise creer, sería una especie de cierre a los malos momentos y marcaría un inicio de las cosas buenas que Jen y yo merecíamos.

Una vez le confirmé a Jen que iría a cenar, calculé mis tiempos y alejé el celular de mí para poder concentrarme en el trabajo. A eso me avoqué, hasta que las horas pasaron y pude cerrar un capítulo que me costó mucho escribir. Vi la hora en el reloj de mi habitación, y noté que ya se hacía tarde. Me metí directo a la ducha, y a pesar de la prisa, me tomé buen rato allí.

El agua me relajó, la frescura me hizo sentir en calma. Y estaba tan tranquilo, sin tener idea de lo que pasaba mientras me duchaba.

¿Sabes en qué no dejo de pensar? En que no tuve ningún presentimiento, ni ocurrió nada a mi alrededor que me hiciera creer que tenía que salir más temprano a casa de doña Eva. No, para mí todo estaba de maravilla, y tal vez yo cantaba algo en la ducha mientras ella sufría y gritaba.

Me vestí tranquilo, ni siquiera miré mi celular. No hasta antes de salir. ¿Ves lo que te digo? ¡Ni la corazonada de mirar el maldito celular antes de salir de casa! Si lo vi fue por pura casualidad, no tuve intención de tocarlo.

Y así fue que, justo en la puerta del apartamento, vi que tenía diez llamadas perdidas de mi madre. Por supuesto que me preocupó y le devolví la llamada de inmediato. Al principio no contestó, y creí que era un error, que tal vez se le marcó mi número sin querer al hacer contacto con su bolsillo. Caminaba tranquilo hacia el estacionamiento, cuando ella me devolvió la llamada al fin.

Recuerdo que sonreía, presto a bromear y avisar que ya estaba en camino. En apenas un segundo se me ocurrió preguntarle si no quería que llevara vino o cualquier otra cosa para la cena. Por eso me tomó de sorpresa el ruido de fondo, y me detuve de golpe.

—¿Mam...?

¡Harvey! ¡Oh, cariño! ¡Al fin contestas! Dios... Dios... —Su voz temblaba, y estaba llorando, eso lo noté de inmediato.

—¡¿Qué está pasando?! —Con apenas esa breve conversación me invadieron los nervios. Tenía que ser algo malo, no se me ocurrió otra cosa.

Ese hombre... Ese maldito hombre...

—Mamá, por favor, dime qué pasa. Por favor... —rogué, sintiendo que las piernas me temblaban. Incluso apoyé la mano sobre la pared, todo porque temía que lo que sea que iba a escuchar fuera demasiado para mí.

Entró a la casa, nos golpeó, pero a ella...

—¿Quién? ¿Jen? ¡¿Le pasó algo a Jen?!

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora