27. Enemigas mortales

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Jen

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Jen


¿Qué más te puedo decir? Ese día quería morirme. Conforme pasaban las horas, la idea de extirparme el útero en cuanto pudiera se volvía mi única esperanza. Quiero decir, no se puede una calmar cuando el endometrio se te cae a pedazos. Le pedí a Harvey que nos detuviéramos en una farmacia, y como a ese punto ya ni quería moverme ni estar viva, él bajó corriendo en busca de analgésicos para que dejara de agonizar en el asiento del copiloto. Ya era terrible tener la regla, era peor después de todos los bombazos que me dieron ese día.

Y antes de que te lo preguntes, sí. Todavía era lunes.

Cuando Harvey volvió al auto, yo de seguro andaba pálida y luciendo más del otro lado que de este. Lo noté cuando él me miró asustado, y no tardó en tenderme la botella de agua y las pastillas.

—Gracias... —murmuré mientras me metía dos analgésicos a la boca, y los pasaba de un solo sorbo.

—Perdón, si hubiera sabido que estabas así, yo no... Bueno... te hubiera contado otro día.

—De todas maneras tenías que hacerlo, y esto no tiene nada que ver contigo —le dije, consciente de que estaba mintiendo. Era el estrés, los nervios, las revelaciones. Todo influía, tú ya debes saberlo.

—Aun así...

—Basta, es solo una venganza de mi útero por no darle bebito este mes, no te culpes —le sonreí a medias, él se acercó a darme un beso en la frente.

—¿Quieres que te lleve a casa?

—Si... No... No sé...

Me lo pensé unos segundos. Pronto las pastillas harían efecto, y aunque quedarme tirada como muerta en cama era una idea que me tentaba, también sabía que lo mejor no era perder el tiempo. No cuando parecía que teníamos un reloj de arena al frente.

—¿Entonces...?

—Vamos a casa de mamá —le dije, y Harvey me miró con sorpresa—. Ella sabe como calmarme el dolor, me engríe, y prepara una sopa que se lleva todos los males —sonreí, intentando animarlo—. Además, ya es hora de que ustedes dos limen asperezas.

—¿Aún me odia?

—No te odia, solo que le hace ruido la forma en que empezamos a salir, y en eso también soy responsable. Así que vamos, elijo creer que todo va a estar bien.

—Porque las cosas no pueden ponerse peor de lo que están, ¿no? —bromeó él, y yo intenté reír en medio de mi dolor. Harvey llevó la mano a la llave, y encendió el auto—. ¿Me dictas la dirección? —asentí, y él se inclinó a darme otro beso antes de arrancar.

Tal como supe que pasaría, cuando llegamos a casa de mamá, ya me sentía un poco mejor. No te confundas, aún quería morir y no había asimilado del todo que sería madrastra, pero si hay algo que sé hacer bien es aguantarme las cosas. Harvey me abrió la puerta del auto, y yo tomé su mano. Me sonrió, y así, juntos y firmes, caminamos hacia la entrada de mi antigua casa. Podía solo abrir, sabía en qué maceta escondía mamá la llave, pero considerando que estaba acompañada, decidí tocar.

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora