15. De compras

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Jen

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Jen


No pasó mucho hasta que tuve que hacerme cargo de las cosas de adulta responsable que se suponía que era. Quien te diga que a los treinta ya estás caducada y tienes la vida resuelta, te mintió. ¡Cuánto daño nos hizo Jennifer Garner en esa condenada y genial película! Bueno, en ese entonces no tenía treinta, pero te aseguro que seguía igual de estúpida que a los veintidós, y con las mismas ganas de envolverme en una mantita para huir de la adultez.

En fin, sigamos. Volví a la oficina, y aunque todas andábamos ocupadas con los pendientes y resolviendo nuestras desgracias, sé que el chisme les ganaba a las "Jennifer". En especial a Bruno. Me llevaban bebidas gold de Starbucks, me servían el té, me invitaban a almorzar. Y como de verdad tenía muchas cosas que hacer, tuve que declinar la mayoría de sus ofertas tentadoras. Hasta que llegó esa noche, y ya no pude decirles que no.

Era casi una tradición entre nosotras. De hecho, seguro recordarás que cuando empecé a contarte esto fue por culpa de una cena con las chicas de la oficina y Bruno. Así que en esa ocasión les dije que no iría a ninguna maldita trattoria, que podíamos ir a comprar algo que preparar, y cocinar con calma en mi apartamento. Por supuesto que estuvieron de acuerdo, el hambre de chisme era más fuerte que la necesidad de respirar.

Así que, por primera vez en varios días, salimos en hora de la oficina y caminamos entre risas al Walmart más cercano. A esas alturas todas sabían que tenía un "rollo" con Harvey, lo que buscaban eran los sucios detalles. Siendo sincera, no estaban muy alejadas de la realidad. Todas pensaban que la pasé de maravilla, y no había mentira en eso.

—¿Y tú qué crees? —le pregunté a Bruno, quien era el más insistente.

—Ya te dije, para mí está elevado a la categoría de "dios" —me contestó, y todas nos reímos un poco. Bueno, yo ya le decía "mi rey". Nada me costaría elevarlo a un nivel celestial.

—Pues déjame decirte, querido amigo, que las manos no es lo único que tiene grande. 

Bruno abrió la boca tanto como pudo, creí que se le iba a caer la quijada. Brooklyn, quien era la que llevaba en carro de las compras, se detuvo de golpe mientras las demás ahogaban una exclamación.

—¡Por favor! ¡Cuéntamelo todo! ¡Necesito saber las magnitudes, propiedades y textura! —gritó el otro. Cosa que, por cierto, hizo que una abuelita le tapara los oídos a su inocente nieta que caminaba con ella en la zona de las verduras.

—¡Que te calles! ¿En serio piensas que va a decirte eso? —le dijo Kelly—. O sea, no es que no queramos saber...

—Pero sería genial que tengamos una idea más clara, y así dejamos de alucinarlo cada vez que entra a la oficina —añadió Bárbara, algo que solo me arrancó carcajadas.

—Saberlo es necesidad nacional —me dijo Bruno, muy convencido. Actuó rápido, cuando me di cuenta, cogió un enorme pepino y me lo puso en la cara—. ¿Qué tal así?

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora