9. La familia feliz

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Jen

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Jen


—Ya te dije que era urgente —le respondí a mamá por enésima vez. Ella volvió a servirme un poco más del caldo. Lo amaba, por cierto. En los viejos tiempos, cuando aún vivía en casa, era lo único que podía tomar cuando estaba enferma. Y lo único que me reconfortaba cuando me sentía mal por cualquier cosa que me pasara.

—¡Pero tú no vas a la oficina los sábados! ¿Quién es ese que te hace trabajar cuando no debes? —exclamó con preocupación. Nótese que todos mis allegados tienen muy claro que trabajar un sábado es pecado para Jen Larsen.

—No tuve opción, mami. Son clientes muy especiales, y la verdad no me costó mucho, hasta fue divertido.

—Lo que digas, cielo. Solo que no se enteren tus supervisores, ya sabes como son. Todos unos explotadores, si les dejas ver que trabajas más de la cuenta, luego van a querer que vayas los domingos.

—Si pudieran esclavizarme lo harían, sí —bromeé mientras tomaba más un poco de ese caldo—. Pero ya estoy aquí, ¿verdad? Podemos salir juntas o hacer algo divertido.

—Está bien, quedas perdonada. ¿Qué tal si me cuentas qué tal te fue en Londres? ¿Tienes fotos?

—Ufff, quedé al borde del colapso. Esa feria no da descanso, apenas pude comprar un par de tonterías en el aeropuerto. Conseguimos varios contratos, me reuní con gente. Todo bien —dije mientras seguía comiendo, ya se estaba enfriando y no me iba a perder esa sopa.

—¿Nada más? ¿O no quieres hablar con tu madre?

—No es eso —respondí con la boca llena—. ¡Es que está muy rico!

—Te vas de viaje, te la pasas trabajando, casi no me llamas, me entero por terceros que estuviste enferma, y encima no quieres hablarme —me reclamó. Y como imaginarás, si yo soy la reina del drama, ella lo es más. Aprendí de la mejor.

—Bueno, es que de verdad estuve muy ocupada. Estoy empezando a organizarme otra vez, así que estaré bien, no te preocupes.

—Claro, así me tratas. —No. Doña Eva, la reina del drama, de verdad estaba molesta conmigo. Culpa mía, lo admito. Me distancié un poco sin querer—. Pero si fuera algún cliente ni comería, al diablo con la alimentación. Claro, pero con la madre no. La madre que se espere. —¡Ay no! ¡Era peor de lo que pensé!

—Mami, disculpa, ¿si? Solo he tenido días ocupados, pero ya pasó.

—No, Jen. Es que así no son las cosas. Pasé veinte horas en trabajo de parto, ¿y no puedes dedicarme ni cinco minutos al día?

—Pero, ma...

—Yo sé que estás ocupada, hija, sé que tienes un puesto importante. Y disculpa si me pongo así, pero esperé toda la semana este día y ni siquiera me avisaste que venías tarde. A veces me haces sentir como si no te importara lo suficiente.

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora