1. Sobrevivir al peor día laboral

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Jen

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Jen

Aquí no se vino a mentir, así que voy a ser sincera desde el inicio. Porque, a pesar del tiempo, lo recuerdo todo con absoluta claridad. Ese fue un día caótico, estresante y ocupado. El peor momento para conocer a alguien que cambiaría tu vida.

Para empezar, me levanté tarde. Estoy segura de que ni Dios sabe cómo lo logré. La noche anterior salí con las chicas de la oficina a una nueva trattoria, y lo que fue una cena llena de felicidad acabó conmigo colapsando de dolor. Estaba segura de que fue el "No sé qué de tomate" que me recomendó Bruno, mi asistente. Según él estaba buenísimo, y quizá así también lo pensé después de la segunda copa de vino, ¿y cómo quedé?

Estado: Tiesa

Como comprenderás, el dolor de estómago esa madrugada se tornó de "molestoso" a "atroz". Fue una suerte que hacía poco pasé por una tragedia similar, y tenía las pastillas que me ayudarían a sobrevivir. Juré que iba a matar al condenado Bruno cuando llegara a la oficina.

No pude dormir bien, y cuando al fin logré mover mi cuerpo en decadencia, sabía que llegaría tarde a trabajar. ¿Podría tolerar el dolor? Tal vez. Por un breve instante pasó por mi cabeza que quizá debía de faltar a la oficina.

Todo se solucionaría con una llamada. Podía quedarme en cama para recuperarme, pero no. Lo admito, siempre he sido una maniática del control y adicta al trabajo. Por eso, para convencerme de que nada iba a detenerme ese día y que aún enferma podría verme como una ejecutiva hermosa, me puse un nuevo vestido y tacones altos. Lo sé, debí ponerme algo más cómodo por piedad y amor a mí misma, pero la verdad es que en el fondo me odio un poco.

Pedí un Uber mientras bajaba del edificio donde vivía, no estaba con ánimos para conducir. Eso sin mencionar que soy un desastre haciéndolo. Durante el camino a la oficina, y con lo maniática que soy, me puse a revisar y responder correos por el celular. A media cuadra del edificio me bajé del Uber, y entré en pánico cuando vi el reloj de la recepción. ¡Eran más de las nueve! ¡Nunca llegaba tarde! Y lo digo en serio, en aquel entonces tenía el récord por ser la única empleada que marcaba antes de la hora.

El edificio donde trabajaba tenía tres elevadores, de los cuales uno estaba descompuesto desde hacía dos días. Y ahí, en los únicos que funcionaban, había una larga cola de tardones esperando su turno para subir. A ese paso llegaría a las 9.15 am. Inconcebible. Mis tacos golpeaban sin cesar el piso, ya me estaba consumiendo la ansiedad. ¿Mi oficina? Piso 12. ¿Yo? Me alucinaba atlética. ¿Subir doce pisos en tacones? Qué reto, ¿verdad? No era mi día, y como para variar soy la reina de las malas decisiones, abrí la escalera de emergencia y empecé a subir.

No me la vas a creer, pero iba bien. Algo cansaba, no lo niego, pero a buen ritmo. Todo bien, todo perfecto, pero si no me apuraba llegaría tarde por primera vez en la historia de Jennifer Larsen. Tenía que acelerar el paso, y eso hice. Saqué mi tarjeta, marqué el ingreso dentro del tiempo de tolerancia. Sonreí feliz por mi hazaña, pero tenía que llegar a la oficina. Y por salir corriendo del pasillo me resbalé, se me rompió el taco de un zapato, y fui a dar de bruces justo al frente de Bruno.

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