42. Tan lejano

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Jen

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Jen


De todas las formas en las que alguna vez pensé en ser recibida en mi antiguo hogar, juro que en ninguna de ellas figuraba que una perra se iba a arrojar sobre mí a hacerme parte de sus juegos. Por supuesto, previamente ladró como si el mismísimo demonio estuviera intentando entrar a la casa. Ahora puedo decir que, una vez superabas los ladridos de esa perrita schnauzer color canela, el resto fue mejor.

—¿Por qué no me contaste que tenías mascota? —le dije a papá, mientras acariciaba a la pequeña.

—Bueno, la adopté hace poco. Está enferma, como yo. Y nadie la quería.

—Ah... —musité, por lo extraño de todo eso. O lo irónico, si me ponía cruel como doña Eva.

—Bienvenida, mi niña —dijo él, acercándose más a mí, para estrecharme en sus brazos.

—Hola, papá.

Por supuesto que la perra —que respondía al nombre de Madonna— empezó a ladrar como si estuviera estrangulando a su amo, pero eso no nos detuvo. Él me abrazó con las pocas fuerzas que tenía, y yo apreté los ojos mientras al fin podía recibir un abrazo de papá en condiciones después de tantos años. No sabía si quería llorar, pero sí que me sentía conmovida.

En general, llegar allí no fue complicado. El vuelo trascurrió tranquilo y sin contratiempos. Oliver rentó un auto en el aeropuerto, y me dejó primero a mí. No iba a decirle a don Ethan que fuera a recibirme, aunque él expresó ese deseo. Con lo delicado que se encontraba, y conociendo el ajetreo de un aeropuerto internacional, decidí ahorrarle el drama.

Así que allí estaba, con mis maletas después de huir de Los Ángeles. ¿Por mi salud mental? ¿Por cobardía? ¿Para sanar? Aún no lo sabía. Y, aunque sonara extraño, volver al lugar en el que fui infeliz y del que también hui —de la mano de mamá— no me parecía un retroceso en mi vida. Quizá eso era lo que siempre necesité, una forma de darle un cierre a todo.

Como ya te he contado, el drama de mi padre siendo infiel con una de sus alumnas, y mi madre y yo mudándonos a Los Ángeles; no acabó rápido. Después de todo, ni irse del continente servía cuando las heridas seguían abiertas.

La casa a la que volvía era el hogar familiar en el que crecí. Pero también fue causa de disputas entre doña Eva y don Ethan. Aunque sé que fue más complejo, las discusiones por quién se quedaba con la casa después del divorcio escalaron tanto, que la pequeña Jen acabó pensando que su padre aceptó que mamá se quedara con la custodia completa a cambio de la casa. Pensamiento que luego se reafirmó cuando me enteré de que llevó a la chica con la que engañó a mi madre a vivir a nuestra casa. 

A mis ojos, la mujer por la que nos cambió, y la que invadía el hogar que ayudó a destruir.

Ah, ya sé lo que vas a decir "El padre es el que tenía el compromiso y tuvo que respetar". Y sí, es verdad. Pero esa mujer... Bueno, ella fue muy cruel. Atormentando a mi madre por todos lados, e incluso a mí. Sabía lo que hizo, y lo disfrutaba. Creo que, de alguna forma, Ethan y su desgraciada fueron felices sobre el dolor de nosotras un tiempo.

Un díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora