Buon compleanno, Buccellati

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Si a Leone Abbacchio le preguntasen cual era su festividad favorita del año, sin duda alguna respondería que el cumpleaños de Bruno Buccellati. Y seguida de esa festividad, su propio cumpleaños.

En retrospectiva, eso le parecía algo irónico. Abbacchio recordaba escasamente los cumpleaños que festejo en su infancia, y al crecer nunca pensaba en su cumpleaños y mucho menos en el de las personas que lo rodeaban.

Hasta esa noche lluviosa en la que un hombre hermoso usando un traje blanco inmaculado, sostenido una sombrilla le cambio la vida. Abbacchio al principio pensó que se trataba de su ebriedad, quizás estaba tan borracho que ya estaba alucinando con un hombre hermoso viniendo a él, o posiblemente había resbalado por la lluvia, se había golpeado la cabeza en un mal ángulo y estaba muerto, o bien se había ahogado en su vomito tirado por ahí, y quien estaba de pie frente a él era el hermoso ángel que había venido a guiarlo al más allá.

Cuando se dio cuenta de que todo era real, por la manera en la que empezó al latir su corazón al oírle pronunciar su nombre con una suave voz varonil, Leone Abbacchio se dio cuenta de que indudablemente continuaba con vida, y la belleza de cabellos oscuros ante él no era una visión.

Leone acudió a ese llamado, endulzado por esa voz varonil suave, cruzando la calle hacia el hermoso hombre de cabellos negros e intensos ojos azules mientras admiraba sorprendido y embelesado la enorme belleza de él. Ese día le cambio la vida.

De eso ya habían pasado algunos años. Los pensamientos malos ya no se apoderaban de Abbacchio como antes. Por supuesto, en ese transcurso de tiempo se dio cuenta prontamente de que sentía amor por el hermoso hombre de cabellos oscuros y ojos azules. Y fue la dicha mas enorme en su vida saberse correspondido por Bruno Buccellati.

Una relación que al principio escondieron, pero que fue floreciendo cada vez mas intensamente con los años. Siempre viviendo su amor con intensidad, como si fuera el ultimo día, ya que en su línea de trabajo los riesgos siempre se encontraban latentes.

Las cosas les habían resultado demasiado bien. Bruno Buccellati se volvió capo de Nápoles. Leone Abbacchio jamás dudo de la capacidad del pelinegro. Era claro que Bruno estaba destinado a la grandeza. Y a pesar de que Abbacchio era un ex policía que nunca podría ascender en la jerarquía de Passione, eso jamás le importo. Porque a Leone no le importaba su estatus en la mafia, él vivía para servir a Bruno, para acompañarlo, para serle útil, para impulsarlo por todos los medios. Los logros de Buccellati los sentía como propios. Siempre estaría a su lado como su perro guardián rabioso.

Abbacchio era la mano derecha de Buccellati en la mafia, y a su vez era su apasionado amante en la comodidad de la habitación que compartían desde hace una cantidad considerable de tiempo, luego de dejar de esconder su relación a su circulo mas allegado.

Había un sinfín de sentimientos en el pecho de Leone hacía Bruno que jamás podría poner en palabras. Y aunque disfrutaba enormemente de murmurar halagos y palabras de amor en la intimidad contra la preciosa oreja de Bruno, Leone tambien demostraba su amor hacia el precioso pelinegro por todos los medios posibles.

Uno de esos recursos, uno bastante especial, era el cumpleaños de Buccellati. Como adoraba esa fecha, a tal grado que planeaba todo con antelación, procurando que nadie los molestase en la noche previa y durante las primeras horas del cumpleaños de Buccellati.

En esta ocasión en especial había preparado un regalo muy dulce. Cuando Buccellati se convirtió en capo, el regalo que le entrego Abbacchio luego de ahorrar con el nuevo flujo de dinero, fue un precioso yate, justo en el día de su aniversario. Sabia que Bruno adoraba el mar, de vez en cuando rentaban botes. Y siendo capo, lo perfectamente adecuado era que Buccellati tuviese su propio yate para transportarse y disfrutar. Quizás Abbacchio aposto por algo demasiado ostentoso, pues se trataba de un modelo reciente de buen tamaño que incluso tenia un jacuzzi en la cubierta, pero al ver el rostro sorprendido del pelinegro la satisfacción que experimento Abbacchio había sido mas que infinita. Fue un regalo de aniversario perfecto.

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