25: La llave

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La llave
Lillie Torres

Cuando desperté estaba desorientada, no sabía en donde estaba o por qué

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Cuando desperté estaba desorientada, no sabía en donde estaba o por qué. Fue Pamela quien me puso al día con los acontecimientos, digamos que había olvidado un par de detalles.

Mis padres no pudieron llegar por el mal tiempo que hacía, pero llamaban a cada hora, sin mentir, sin exagerar. No me molestaba, porque al menos ya no se acordaban de mi última locura en el restaurante con la abuela. Oh, recordando aquello la abuela ya lo olvido, al menos creo que lo hizo porque nuevamente ocupaba mi lugar en la empresa mientras yo estaba ausente.

No recibía muchas visitas, al parecer todos estaban ocupados con sus propias vidas, apenas y Pamela me visitó dos veces, el resto desapareció.
Estuve una semana, una semana lenta y dolorosa en el hospital sola, triste y abandonada. Bueno, no tan sola.

—Ahora si, he vuelto —anuncio Félix—. No había de chocolate, pero si de vainilla, pero entonces dijiste que querías de chocolate y tuve que quitársela a una niña.

Bueno, sola no, mal acompañada si.

—Pero le di 100 euros por este chocolate. Fue un gran negocio para esa pequeña —agregó.

No se por qué razón, bueno, si lo sé, Félix me visitaba a la hora que se le antojara y últimamente lo tenía pegado a mi como chicle. Según él no podía dejar que las noticias hablaran mal de él al ver que su "prometida" estaba ingresada en la clínica. Aunque no podía ver las noticias, ni siquiera tenía un televisor en esta habitación, era como estar en una prisión.

—Ya se me quitó el hambre.

Y la cara de Félix se congeló.

—Acabo de decirte que me costo 100 euros.

Yo asentí sonriendo, mientras intentaba levantarme de la camilla.

—Y yo acabo de decirte que ya no quiero. Hace una hora tenía hambre, ahora no.

Y aventó el chocolate a la basura.

—De acuerdo. ¿Ya estas lista?

—Si —sonreí—. Puedo salir por fin de este lugar y continuar con mi trabajo.

De hecho, no era muy grave mi estado, nada más había capturado una infección, me lastime el tobillo y casi me partía media cabeza. Afortunadamente aún seguía vivita y coleando para suerte o desgracia de algunos.

Pero el hecho de que pude haber estirado la pata había abierto, me había abierto los ojos completamente. Por ejemplo, los hombres nunca cambian, como Santiago, por poner un ejemplo mas claro. Ese hombre, de verdad que ese hombre es la perfecta definición de insensible y despreocupado. No, no es que me afectara el hecho de no verlo por aquí ni siquiera en fotos, para nada, no necesitaba de su presencia aquí, pero...pero cualquiera viene a visitar a su jefa la que casi estira la pata. Ingrato y maleducado también iban con el.

Mi exilio con la abuela 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora