33: Mariposas

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Mariposas
Lillie Torres

El sol se colgó por los ventanales de mi habitación e inmediatamente mi cabeza empezó a palpitar

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El sol se colgó por los ventanales de mi habitación e inmediatamente mi cabeza empezó a palpitar. Abrir los ojos era una completa tortura.

—Dios, mi cabeza va a reventar —me queje.

Iba a levantarme de mi cama, pero entonces caí al piso aplastando a un... esperen, estoy aplastando un ¡cuerpo!

—¡Aaah, que demonios!

Grité aterrorizada, pero entonces vi la cara de Nicolás, que la verdad daba más miedo. Estaba en el piso arropado con la alfombra y con unos libros haciendo de almohada. Vaya, pobrecito cuello.

—¡Mi cabeza! ¡Duele, Dios, duele demasiado! —chilló.

—¿Duele porque acabo de aplastarte o duele porque has dormido con libros debajo del cuello? —pregunté curiosa.

—Duele porque tengo una mejor amiga que no sabe tratar a sus invitados como debe —respondió.

—Bueno, eso lo explica todo —respondí.

Y por la puerta entró Candace, golpeando una olla con un cucharón.

—Así que ya despertaron los niños. ¿Cómo amanecieron? ¿Necesitan algo? ¿Una pastillita para la jaqueca?

Nicolás asintió sin enterarse del enojo de mi amiga. Yo me cubría los oídos.

—Ah —comentó— y que cinismo el de ustedes, par de vagos, callejeros, ni los cantineros llegan a las 5 y 50 de la mañana a casa.

—Perdón, pero Lillie me obligó a tomar —Nicolás se defendió echándome a la hoguera.

—¿Que? ¡Ni siquiera lo obligue!

—Si, Lillie, ¡no mientas!

Y Nicolás y yo estábamos a punto de matarnos aquí mismo.

—Ah, pero si solo te invite un traguito y luego eras tú el que pedía más y más ¡alcohólico!

—Ya, pero es que me daba pena que mi mejor amiga estuviera bebiendo sola, así que me tuve que sacrificar —luego me ignoró y puso cara de perro muerto de hambre mirando a mi bestie—. Cariño mío, sabes que Lillie es mala influencia, yo inocentemente caí, pero no soy un ¡ALCOHÓLICO COMO UNA POR AQUÍ!

—De mi no vas a estar hablando —me defendí.

—Ya basta —pidió mi amiga— ustedes deberían quitarse ese olor a cantina y venir por el desayuno.

—Y pastilla también nos darás? —preguntó Nicolás.

Y mi amiga sonó nuevamente la olla. Brincamos adoloridos por nuestras cabezas.

—Entonces no habrá pastilla —dedujo Nicolás—, esta bien, pero si muero será tu culpa.

—Y apúrense —pidió por última vez.

Mi exilio con la abuela 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora