23: La cabaña

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La cabaña
Lillie Torres

El pánico sucumbió en mi ser y no pare de correr

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El pánico sucumbió en mi ser y no pare de correr. Mi objetivo era llegar a casa, pero mi obstáculo es que me había perdido. No podía detenerme y mirar cual era el camino correcto. Santiago venia persiguiéndome y gritando cuanto lamentaría haber hecho trampa.

—¡No hice trampa! —solté en mi defensa.

—¡Eres cínica y descarada! —respondió detrás de mi— Detente y dímelo en mi cara de nuevo.

Y no iba a detenerme en los absoluto.

—Seré tramposa, pero no cojuda. ¡Tu quieres matarme! ¡¡¡Ayuda, quieren matarme!!!

—¡Lillie, devuélveme mi listón!

No le iba a devolver nada, no había corrido más de cinco minutos para finalmente perder el listón de mi poder. Ya había cometido trampa, así que no era el momento para perder en vano. Aunque en estos instantes ya ni recordaba o me importaba ganar.

—¡Ni muerta!

Y entonces por mirar atrás, por mirarlo a él terminé cayendo en un barranco. Rodé como una pelota, sentí ardor en mis piernas y brazos, incluso al llegar al final me golpeé fuertemente la cabeza.

¡Por poquito y me iba a los brazos del señor todopoderoso!

Me quedé unos segundos ahí inconsciente, como una muerta, tratando de pensar porqué demonios se me antojó mirar a Santiago y no al frente.
Definitivamente el Karma existía, al menos a mi me llegaba a los segundos de haber cometido alguna maldad.

Odiaba este cruel mundo en donde nada más yo pagaba.

—¡LILLIE! ¿LILLIE, ESTAS BIEN? —Santiago preguntó desde arriba del barranco— ¡LILLIE RESPONDE!

Y claro que le iba a responder inmediatamente, cretino, me lleve la matada del siglo por su culpa también.
Apenas y podía respirar con normalidad y ¿pretendía que le respondiera? Por supuesto que no iba a responder, no porque no quisiera, sino porque me dolía hasta el alma. Es más, aún estaba dudando de mi existencia en este planeta.

—Lillie —y se estaba acercando a mi cuerpo moribundo— ¡Dios, Dios!

Murmuraba casi al borde del llanto.

—Lillie, responde, ¿estas bien? —preguntaba mientras me tocaba la mejilla—. Dios, que hice, ¡acabo de matarla!

Juro que quería reírme, quería morirme de la risa aquí y ahora.
Medio abrí mi ojo y lo vi ahí, su cara me dio mucha gracia, él estaba sufriendo y entonces no pude aguantar y empecé a reírme.

Y Santiago levantó la mirada para encontrarme riendo sin parar. Y su cara pasó de estar asustado a estar incrédulo y molesto.

—¡Estabas despierta! Eres tramposa, embustera y... ¡y por eso mismo te has medio matado!

Mi exilio con la abuela 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora