45: El año sabático

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El año sabático
Nicolás

—No puedo creer que me lo ocultaste, Nicolás —Candace murmuró sollozando

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—No puedo creer que me lo ocultaste, Nicolás —Candace murmuró sollozando.

Y verla así me rompió por completo el corazón.

—¿Quién lo sabe? —preguntó limpiando sus mejillas— ¿Lillie sabe? ¿Santiago sabe? ¿Tus padres saben? ¿Quién demonios lo sabe?

Me quede en silencio. No podía, no tenía la valentía de hablar.

—Oh, ya entendí —comprendió— nadie sabe, te lo callaste y ¡absolutamente nadie sabe que estas enfermo!

Levante la mirada. Ella estaba decepcionada, dolida y molesta.
Supe que esto pasaría en cuanto conocí a Candace. Dios, ella era todo lo que yo soñaba, ella es la chica de mis sueños y egoístamente sobrepuse mis deseos, no pude contarle, aunque sabía que debía hacerlo, contarle sobre el cancer.

—Déjame explicártelo —pedí.

—¿Vas a explicarme como es que callaste algo tan importante, Nicolás?

—¡Basta, lo dices como si me encantara ocultarle a todos que estoy muriendo! —exclamé furioso, no con ella, conmigo mismo.

Simplemente era un cobarde que odiaba admitir que estaba enfermo, odiaba admitir que moriría pronto, que no podría formar una familia porque para eso el cáncer ya me habría matado. Odiaba la idea de entristecer a todos con mi debilidad, con mi enfermedad.
Ella se quedó rígida, en silencio por los siguientes minutos, tratando de calmar sus ganas de llorar. Comprendí que no podía callarme, que no podía soportar todo esto que tenía guardado.

—Hace dos años me detectaron cáncer —comencé—. Fue por un golpe que recibí en el pecho, eso fue en la universidad cuando jugaba voleibol con mis amigos de clase, luego de ese golpe empecé a sentir un dolor en el pecho a lo que yo se lo atribuía al golpe, así que creí que con el tiempo el dolor se iría, el dolor nunca se fue y empecé a enfermarme mucho, tenía una tos que cada vez empeoraba, así que mi doctor empezó a hacerme exámenes, cada vez más profundos para descubrir finalmente que tenía cáncer en los pulmones... como mi abuelo.

Candace escuchó mientras las lágrimas le rodaban una tras otra. Quería detenerme, pero ella tenía razón, no podía ocultarle algo tan importante como esto. Ahora era tarde, pero al menos si decidía quedarse seria por su propia voluntad, no bajo mentiras. Sinceramente tenía miedo, tenía miedo de que no soportara esto y me abandonara, creo que me dolería mucho más que mi enfermedad.

—¿Que sucedió después?

—Me di de baja y mis padres casi se me matan por eso, así que no quería que nadie se enterara del cáncer y solo me quedó mentir —admití— les dije a todos que tomaría un año sabático y que viajaría por todo el mundo... en realidad estuve en un cuarto de hospital recibiendo quimioterapia.

Mi exilio con la abuela 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora