Temores

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Manjiro se aseguro de que el rostro de Takemichi quedara bien cubierto con la capucha de su abrigo para que no fuera reconocido tan fácilmente.

—Mi cojín— dijo el chico mirando hacia la jaula de cristal que dejaba atrás mientras era jalado por su mano por el mayor.

—Después volveré por él— susurró apresurado por salir del lugar.

Creyó que todo estaba saliendo bien en su plan, pues al parecer nadie había sospechado del disfraz que Takemichi llevaba puesto. Pero el menor se detuvo de golpe en la entrada al ver por primera vez en su vida el exterior. Sintió tanto terror que le rogó a Manjiro dejarlo regresar a su jaula. Las súplicas del muchacho comenzaron a llamar la atención de los presentes en el sitio por lo que el rubio tuvo que pretender atraparlo y regresarlo a la habitación de cristales.

 Las súplicas del muchacho comenzaron a llamar la atención de los presentes en el sitio por lo que el rubio tuvo que pretender atraparlo y regresarlo a la habitación de cristales

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Shinichiro exhaló con pesar. Manjiro se veía realmente afectado por su plan fallido de por fin liberar a Takemichi.

—Debes saber que toda su vida a estado allí. Su mundo es esa jaula— dijo sentándose en el suelo de la sala junto a su hermanito quien parecía sobrepensar demasiado las cosas—. Dijiste que nació allí ¿No? Jamás ha visto el exterior si es así. Creo que deberías extender tu plan hasta prepararlo para salir.

Manjiro suspiró despeinando su cabello por la frustración. Gruñó poniéndose de pie para ir en busca de algunos libros, viejos periódicos y un par de tijeras. Shinichiro tenía razón: Takemichi aún no estaba preparado para el mundo fuera de la jaula de cristal.

Estuvo toda la noche recortando imágenes para mostrárselas al día siguiente al chico. Mientras más pronto realizaba ese trabajo, más rápido podría liberarlo.




Perdió el aliento al ver a Takemichi respirando a duras penas sobre los restos de lo que quedó de su cojín.

—¿Qué...es esto?— preguntó Manjiro colocando la mano sobre el cristal.

—Anoche el jefe le dió una paliza por intentar escapar— dijo un sujeto alto parándose a su lado—. Fue algo horrible de presenciar. Nunca había visto a un humano actuar con tanta brutalidad.

Manjiro sentía que su cordura estaba pendiendo de un delgado hilo. Sacó las llaves de su bolsillo con manos temblorosas para abrir la jaula y entrar. El sujeto le dijo que le avisaría si el jefe llegaba, y que tratara de no perder los estribos para evitar meter a todos en problemas.

El rubio avanzó pisando las motas de algodón ensangrentadas esparcidas por el suelo. Takemichi abrió sus ojos y gimió al ver al mayor, moviendo su cola levemente.

—Esto fue mi culpa— susurró dejándose caer a su lado sobre sus rodillas.

No sabía cómo debía tocarlo, pues le daba la impresión que ya por el hecho de estar cerca le causaba dolor.

—Perdóname, Takemichi— dijo acariciando con delicadeza su cabeza, haciendo una mueca al percatarse que su suave pelaje estaba endurecido por la sangre seca.

El animalito seguía recostado sin moverse, sólo limitándose a mover su cola de vez en cuando. Manjiro salió a buscar a alguien que pudiese ayudarle con el cambiaformas. Después de insistirle a un médico y prometerle darle una buena suma de dinero, logró llevarlo para que pudiera hacerle una revisión al animal.

—Yo no entiendo mucho sobre animales, pero el pobrecillo tiene todo destrozado... Me sorprende que aún siga con vida— dijo el hombre guardando su estetoscopio en su maletín luego de revisar sus signos vitales—. Le inyectaré algo para el dolor, pero no prometo que sea de mucha ayuda. Yo creo que deberías ir despidiéndote de él.

Manjiro apretó los puños, clavando las garras que crecían en las palmas. La ira que sentía se estaba volviendo incontrolable. Frente a sus ojos el chico al que le prometió darle felicidad estaba a un paso de dejar ese mundo. Agradeció al hombre por su tiempo y trabajo, entregándole el dinero prometido.

El resto del día lo pasó junto al zorrito, mostrándole las imágenes que había recortado para él.

—Había encontrado un pueblo cerca de aquí en donde podemos vivir sin tener miedo de que nos hagan daño— decía limpiando su pelaje con un paño húmedo, teniendo mucho cuidado.

Takemichi chilló de dolor cuando intentó acomodar mejor su cabeza sobre su regazo.

—¡Manjiro! ¡Ya deja ese animal!— gritó el hombrecillo, dueño del lugar y su jefe. También quien había maltratado a Takemichi.

El zorrito se quejó cuando el chico tomó su cabeza para poder levantarse, y dejarla recostada sobre el suelo con delicadeza. Manjiro avanzó en silencio hasta la salida de la jaula y quedó frente al hombre quien presintió que estaba en un peligro mortal. Alcanzó a gritar por ayuda antes de que Manjiro lo cogiera del cuello con una mano. El sujeto gritaba sintiendo que las uñas de su empleado se iban clavando de manera dolorosa en su piel.

—¡Mikey, suéltalo!— gritó el chico alto con el que solía charlar habitualmente en su trabajo— ¡No cometas una locura!

Manjiro vio cómo le arrebataron su presa de las manos, rasguñando su piel. El hombre corrió fuera de allí gritando que estaba despedido y que no quería verlo cerca nunca más. El rubio ignoró la presencia del otro chico y regresó a la jaula de Takemichi en el mismo silencio en el cual se mantuvo en todo momento.

—Si vas a llevártelo, es ahora el momento— dijo el más alto lanzándole una manta antes de ir tras su jefe.

—Gracias, Kenchin— dijo Manjiro envolviendo a Takemichi en dicha manta a pesar de sus quejidos y lloriqueos de dolor—. Cariño, deberás aguantar hasta que lleguemos a casa.

El zorro sólo se dejó cargar, emitiendo quejidos debido al movimiento de Manjiro al caminar.

—Mierda— susurró Shinichiro al abrir la puerta después de que Manjiro diera golpecitos con su pie en ella

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—Mierda— susurró Shinichiro al abrir la puerta después de que Manjiro diera golpecitos con su pie en ella.

El rubio dejó al animal sobre el sofá de la sala para permitirle descansar luego de un largo y doloroso trayecto hasta su hogar. El zorro movió su cola al reconocer al hermano de Manjiro.

—Creo que aceptaré el trabajo que me ofreciste en tu tienda— dijo el rubio yendo hacia la cocina buscando en los cajones algo con qué poder darle de beber al zorro.

—Malas noticias— dijo Shinichiro rascando su nuca—. El puesto ya fue tomado.

Manjiro, que había encontrado una especie de jeringa con la que Shinichiro planeaba hacer un pavo relleno, se acuclilló frente a Takemichi e intentó hacerle beber agua. El chico miró a su hermano luego de su respuesta, y la ver de reojo acercarse entendió todo.

—Manjiro, te presento a Wakasa— dijo Shinichiro colocando su mano sobre el hombre recién llegado a la sala.

—¿Es el leopardo blanco que te tiene la cabeza en las nubes?— preguntó el chico concentrándose en su trabajo nuevamente.

Hubo un silencio incómodo.

—Si— respondió Shinichiro con vergüenza evidente.

Huellas [Tokyo Revengers] [omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora