Travieso

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Para Izana el mayor orgullo en su vida era su pequeño Arata. El pequeño no solamente era muy inteligente, sino que también hermoso. Su cachorro había heredado su blanca cabellera y sus grandes de ojos violeta, aunque éstos eran un par de tonalidades más oscuros. Su piel era tan blanca como la de la Kakucho y tenía una bonita nariz respingada en dónde podía verse unas cuantas pecas dándole una apariencia dulce e inocente, pero al mismo tiempo traviesa. Y esto último era su rasgo característico.

El omega vio cómo Arata gateaba por la sala rayando el suelo con una pluma de escribir ¿De dónde la había sacado? Tomó al niño desde las axilas y lo llevó hasta su cuna, lo dejó allí no sin antes quitarle el bolígrafo. Debía limpiar el desastre que Arata había hecho bajo su atenta mirada de halcón.

Limpió su frente con el antebrazo luego de terminar de eliminar el último rastro de la pluma sobre el suelo. Se giró para poder ver a su pequeño, pero ya no estaba. Desde que Arata había descubierto que podía cambiar de forma a voluntad, era un pequeño escurridizo que le daba grandes dolores de cabeza a Izana, pues con Kakucho era todo un angelito. Escuchó sonidos de patitas correr por el suelo de madera de la habitación que compartía con el alfa. Corrió hasta allí y vio al blanco armiño esconderse rápidamente dentro de un agujero en la pared, dónde ni siquiera él podía entrar en su forma animal.

—¡Sal de ahí, Arata!— gruñía golpeando la pared para que el niño—. Le diré a tu padre cuando llegue.

En un par de segundos el pequeño armiño "blanco" salió por el orificio en la pared y corrió hasta sus pies. Izana vio cómo el pelaje del animalito estaba cubierto de polvo y telarañas, mientras lo veía masticar algo. Tomó a su cachorro para meter sus dedos en su hociquito y ver qué estaba comiendo. Se espantó al ver que era una cucaracha.

—Esas cosas no se comen— dijo asqueado lanzando los restos del insecto por la ventana hacia fuera.

El armiño comenzó a mordisquear sus dedos, chillando en un berrinche. Izana suspiró frustrado. Llevó al cachorro al cuarto de baño para limpiarlo y cepillar el único diente que tenía hasta el momento.

—Me habían dicho que los niños comían porquerías, pero creo que hoy te excediste—.

El armiño pequeño jugueteaba en el agua del lavamanos, salpicando todo a su alrededor. Izana no quedó conforme hasta quedó reluciente el pelaje del animalito, que ya daba indicios de cambiar de color debido a que el invierno estaba por terminar. Le pidió varias veces que regresara a su forma humana para lavar su boca, pero el niño no le obedecía.

Izana sabía que aún podía influir en su transformación por lo que tuvo que darse el trabajo de convertirse en un armiño, volver a su forma humana y lavar la boca del bebé con rapidez antes de que quisiera volver a transformarse en armiño.

Izana sabía que aún podía influir en su transformación por lo que tuvo que darse el trabajo de convertirse en un armiño, volver a su forma humana y lavar la boca del bebé con rapidez antes de que quisiera volver a transformarse en armiño

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Kakucho encontró a Izana en el sofá de la sala, durmiendo agotado con la boca abierta con el bebé sobre su pecho haciendo lo mismo. Colocó las llaves sobre una charola en la mesita de la entrada y sacó sus zapatos cuidadosamente para no despertarlos.

El bebé se dejó cargar sin problemas para ser puesto en su cuna. Volvió por Izana, pero éste lo pateó como acto reflejo al sentir que alguien intentaba tomarlo dormido.

—¡Atrás, cucaracha gigante y horrenda!— gritó medio dormido poniéndose de pie y adoptando una posición de artes marciales algo bizarra.

Kakucho se quedó inmóvil mirándole hacia abajo, esperando a que despertara del todo y se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Izana levantó la vista y se sonrojó furiosamente cuando ya reaccionó. El alfa lo abrazó riéndose a fuertes carcajadas, pidiéndole disculpas entre risas, mientras Izana trataba de zafarse por la vergüenza, enfadado por ser la burla de Kakucho.

—Ya te dije que lo siento. Es sólo que no me esperé lo de la cucaracha y el karate— dijo tras besar su frente y mejillas.

Izana se dejó mimar un poco, pues había sido un día realmente agotador y los abrazos y besos de Kakucho lo hacían sentir un poco mejor.

—¿Te dió muchos problemas?— preguntó yendo a la cocina para comenzar a preparar la cena.

—Los normales cuando está conmigo— respondió.

Izana veía a Kakucho moverse por la cocina concentrado en preparar los más ricos alimentos para él. Pero el omega ya se había aburrido de solo mirarle. Se le trepó a la espalda como un koala para fastidiarlo, sin embargo Kakucho ya se había acostumbrado a que Izana hiciera eso. Continuó cocinando, acomodando al mayor cuando sentía que se bajaba demasiado.

—Hoy se estaba comiendo una cucaracha— dijo con voz neutra viendo al alfa cortar vegetales con habilidad—. ¿Por qué hizo eso? No...tiene la necesidad de hacerlo. Aquí tiene todo tipos de alimentos y sabe que puede recurrir a nosotros para que se los demos si tiene hambre.

Kakucho metió la mano a su bolsillo disimuladamente mientras Izana le contaba la última travesura de Arata.

—Es un bebé todavía, ellos hacen cosas estúpidas como llevarse a la boca cosas que sabemos que son asquerosas— dijo volviendo a acomodarlo en su espalda—. Sé que son repulsivas para tí, pero créeme que lo hizo por curiosidad.

El alfa había logrado ir desenmarañando el pasado de Izana con el pasar del tiempo. Descubrió que el chico detestaba la suciedad y todo lo relacionado a ella, cómo por ejemplo las cucarachas, pero en sus tiempos de mayor escasez de alimentos y la imposibilidad de poder conseguir algo bueno para comer, tuvo que comerlas debido al hambre. Lo mismo ocurría con ratas y ratones de alcantarilla.

—Oye, tranquilo— susurró bajándolo con cuidado y girándose sobre sus pisadas para poder verlo a la cara—. Como te dije antes, Arata es un bebé y hará estas cosas hasta que comprenda lo mal que está. Sé paciente con él.

Izana lo miró un par de segundo a los ojos con una expresión indescifrable, pero terminó por asentir y abrazarse a él. Kakucho apagó la cocina mientras escuchaba la otra travesura que involucraba un bolígrafo y el suelo de la sala. Rió, lo que provocó que Izana lo regañara por quitarle seriedad al asunto. Kakucho se separó tomando su mano derecha, mientras sacaba de su bolsillo un brazalete de plata brillante con una pequeña piedra violeta en el centro. La colocó en la muñeca del omega sonriendo por verlo con una expresión sorprendida.

—Sé que los anillos puedes perderlos al transformarte, como tus aretes favoritos. Por lo que pensé que una pulsera podrías usarla como collar si te conviertes en armiño y así no la perderías— dijo besando su mano—. Me dijeron que era muy popular entre las parejas formalizar una relación con este tipo de cosas.

Izana rió dándole un empujoncito, nervioso y girándose para salir de la cocina. Kakucho lo siguió sigilosamente y lo encontró admirando su regalo y abrazando su muñeca contra su rostro. Ese chico no tenía remedio.

Huellas [Tokyo Revengers] [omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora