Instinto

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El viaje de Kakucho dió por finalizado al llegar al pueblo donde le habían indicado que había sido la última vez que vieron a sus padres, y de dónde supuestam provenía él. Su corazón quedó destrozado cuando su investigación le llevó a la tumba de sus progenitores. Pero por lo menos ya sabía dónde estaban. Aunque hubo algo que no se esperaba para nada. Alguien en el pueblo se había enterado de la visita de Kakucho y comenzó a buscarlo hasta dar con él. El chico casi se fue de espaldas cuando se enteró que sus padres le habían dejado una pequeña herencia, que incluía una casa con las proporciones suficientes para una vida cómoda.

—¿Ya no seremos vagabundos?— preguntó Izana mirando la sala que tenía una tétrica apariencia por el polvo y telarañas acumuladas—. Creo que el bosque o las montañas tienen mejor pinta siendo sincero.

—Hay que limpiar y ordenar— dijo Kakucho aún boquiabierto—. ¿Sabes qué? Esto debe ser una broma, no toques nada.

Izana levantó sus manos. Por supuesto que no tocaría nada porque estaba todo realmente sucio, y no iba a ensuciarse por algo así.

Kakucho salió de la casa para hablar nuevamente con el hombre que le había hablado de la herencia. Izana quedó dando vueltas por el lugar y entonces dió con unos cuadros en la pared de un pasillo. Claramente el niño en las fotografías era Kakucho. Llevó su mano a vientre acariciando inconscientemente.

—¿Serás así?— preguntó en voz baja tomando uno de los cuadros, pero dejándolo caer cuando una araña apareció tras de él.

Izana se agachó para recoger la fotografía entre los cristales, sin embargo un dolor punzante en su espalda baja se lo impidió. Se irguió lentamente, respirando profundo para disminuir el dolor, que se iba irradiando hacia los costados y bajo su abdomen.

Kakucho volvió a entrar a la casa rascando su nuca, pero no encontró a Izana en la sala, que había sido el último sitio donde lo vio. Comenzó a llamarlo mientras recorría el lugar hasta que llegó al pasillo y ahí divisó dos cosas realmente preocupantes. La primera eran los cristales rotos en el suelo, y la segunda, y a su parecer lo más importante, un charco de lo que parecía ser agua, que iba dejando un rastro hasta lo que parecía una habitación. Siguió el caminito de gotas hasta que encontró a Izana recostado de costado sobre la polvorienta cama del cuarto. Kakucho tuvo contacto visual con el mayor hasta que éste cerró sus ojos con fuerza, mientras su cuerpo se contraía por el dolor.

El armiño limpiaba a su cría con tanto esmero que Kakucho creía que podría quedarse sin pelaje. El bebé había nacido sano y en perfecto estado, y para su sorpresa se transformó en un pequeño animalito tan pequeño que podría esconderlo entre sus manos.

—¿Puede hacer que vuelva a ser humano?— preguntó asustado acariciando el pelaje de Izana, quien le mordió al intentar tocar a su cría.

—Según lo que sabemos, el bebé tomará la forma de su madre por instinto— dijo el médico que le había ayudado con el nacimiento de su hijo—. Los cambiaformas aún son algo desconocidos para nosotros, pero de a poco vamos ampliando nuestro conocimiento.

Kakucho observó al armiño tomar a la cría y acercarse a él para pedirle refugio dentro su abrigo. El médico quedó sorprendido de la actitud del animalillo, pues por lo que había visto, los cambiaformas se volvían sumamente hostiles, incluso con sus parejas y podían pasar semanas sin que les dejaran acercarse al pequeño o a ellos mismo por seguridad.

El hombre se retiró de la lúgubre casa, sin poder asegurarle cuando Izana regresaría a ser humano, siendo lo mismo para el bebé. Kakucho le agradeció su arduo trabajo, mientras apoyaba su mano sobre el bulto dentro de su abrigo dónde el omega descansaba junto a su cachorro.

Kakucho cerró la puerta y suspiró. No sabía cómo sentirse frente a la situación de haberse convertido en padre dentro de una polvorienta y sucia casa que heredó de sus difuntos padres, y que alcanzó a ver a su hijo un par de minutos antes de transformarse en armiño a la par que Izana lo hacía. El mundo de los cambiaformas era realmente confuso.

Los días siguientes se dedicó a limpiar e ir habilitando cuartos de la casa para  quitarle esa aura tan tétrica. Mientras que el armiño le seguía ocasionalmente con la cría en su hocico, mostrándosela con orgullo antes de volver a ocultarla. El día que terminó por fin de limpiar y ordenar la casa fue cuando Izana regresó a su forma humana. Kakucho sonrió feliz de verlo después de casi una semana y también de poder conocer a su pequeño hijo. Era como si hubiera vuelto a nacer frente a sus ojos.

—Es...precioso— susurró derramando un par de lágrimas.

—Por supuesto— respondió Izana entregándoselo para poder ir a la alacena por algo de comer. Al regresar agregó con la boca llena—. Salió de mí, era obvio que sería hermoso.

Kakucho rió limpiando sus lágrimas. Aún se sentía como un sueño extraño. En un momento no tenía absolutamente nada y de pronto, tenía una casa a la cual podía llamar hogar y la tierna familia que siempre esperó tener.

—Tienes un moco— dijo Izana riendo al verlo llorar, pasándole un pañuelo.

El alfa tomó el pañuelo dándole la espalda avergonzado, limpiando su nariz. A veces Izana podía ser muy directo para decirle las cosas.

Kakucho le mostró la habitación del bebé a Izana para que pudiera apreciar mejor la decoración y como había dispuesto todo para que se viera adecuado para su hijo. El omega paseó por el cuarto tocando y probando los juguetes del niño.

—¿Dónde conseguiste dinero para comprar todo esto?— preguntó Izana con un peluche en sus manos.

—Vendí joyas y otras cosas que encontré en la casa— dijo meciendo al recién nacido en sus brazos—. Ayer firmé el contrato de transferencia de la propiedad.

Izana asintió con la cabeza mientras seguía inspeccionando la habitación. Le llamó la atención que debajo de la cuna había una especie de madriguera con mantas y un peluche dentro.

—Pensé que si te transformas, podrías cuidarlo dentro de un lugar cómodo tanto para el bebé como para tí— comentó con una gran sonrisa.

—Piensas en todo ¿Eh?— dijo Izana rodando los ojos—. Me gusta. Pero seguiré prefiriendo los bolsillos de tus abrigos.

Kakucho oía los chillidos de la cría de armiño mientras era cargado por Izana por la cama buscando el sitio más abrigado para poder alimentar al bebé

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Kakucho oía los chillidos de la cría de armiño mientras era cargado por Izana por la cama buscando el sitio más abrigado para poder alimentar al bebé. El alfa terminó con el par de animalitos apegados a su cuerpo.

—¿Estás cómodo?— preguntó levantando las sábanas encontrándose con la tierna mirada del armiño.

Izana le dió un pequeño chillido en respuesta. Eso fue suficiente para continuar durmiendo, o por lo menos intentarlo, ya que el omega solía estirarse o chillar para despertarlo. Si él no dormía, Kakucho tampoco.

Huellas [Tokyo Revengers] [omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora