Capítulo 35: Donde fuimos imparables.

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Makoto estrelló su puño en la mesa de su despacho, odiaba que sus alumnos estuvieran fuera sin ella solo por deber ocupar ese cargo. No podía más y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar esa presión que le carcomía por dentro.

Kakashi estaba en otra misión por su cuenta y no podía hacer nada más que esperar. Sin él la casa estaba más triste, y ella no sentía que estaba en su hogar.

Debían ser aproximadamente las doce de la noche, caminó por la aldea y no pudo evitar mirar las caras de los Hokages esculpidas en las montañas. Eventualmente pensó en los momentos con Minato y su equipo, como si sus recuerdos tuvieran un corazón que solo latía de noche. Había tantas cosas que hubiese querido compartir con ellos que le sería imposible nombrarlas.

Volvió a mirar al frente y caminó hasta entrar en su casa, hacía bastante más frío que de costumbre, se sentía más vacío que normalmente.

Se preparó una cena bastante mediocre y, al acabar, se tumbó en el sofá, quedándose instantáneamente dormida.

Se despertó súbitamente, la misma pesadilla de siempre. Caminó hasta su cocina y se sirvió un baso de agua. A veces se despertaba llorando, como si una parte de ella hubiera desaparecido, como si hubiese sido un sueño, como si esa parte se hubiera perdido en sus pesadillas. La ansiedad le hacía no poder descansar desde hacía unos cuantos días, y parecía no mejorar.

Subió a su habitación, se puso su pijama y se estiró en la cama. No podía volver a dormirse. Se levantó, se duchó y volvió a la torre del Hokage, aun solo siendo las cuatro de la mañana.

Una vez en el despacho, agarró unos cuantos papeles del último cajón del escritorio y se dio cuenta de que estaban protegidos por el sello típico de Raíz. Lo dispersó con un poco de chakra y leyó la primera página: La masacre Uchiha, los implicados. Instintivamente cerró la carpeta y miró a su alrededor, decidió pasar de página, figuraba el nombre de Itachi, el suyo propio y el de un tal Tobi.

—¿Tobi? —susurró ella, pasando el dedo por encima del nombre, jamás lo había escuchado, quizá fue el ninja que creía que había herido a Obito, pero no tenía ni idea.

Los altos cargos de Konoha también fueron mencionados escuetamente, además, constaban los informes que Itachi y ella hubieron escrito sobre la misión. La peliblanca cerró la carpeta y realizó el sello más fuerte que conocía, que solo podía abrirse con una afinidad de chakra superior al noventa por ciento.

Decidió rebuscar un poco más sobre su nacimiento, pero parecía que Hiruzen se lo había llevado todo a la tumba. Ella sonrió, jamás sabría nada sobre su pasado si no hablaba con Orochimaru y jamás haría eso.

Los primeros haces de luz comenzaron a colarse en su despacho, se levantó de la silla y caminó hasta el enorme ventanal, Konoha se alzaba imponente debajo de ella. Parecía que estaría allí para siempre, no importaba qué sucedía, la aldea siempre renacía de sus cenizas. Quizás era su pueblo, quizás sus líderes, pero había algo especial en la Hoja.

La puerta fue golpeada un par de veces, dos ANBUs entraron para entregarle el informe de sus últimas misiones, ella asintió y dejó que marchasen. Observó los documentos y no pudo evitar sonreír. Todo era palabrería y teorías sobre dónde podría estar Akatsuki, no se sabía nada de ellos. Sin importar qué ninja enviase, siempre pasaba lo mismo, parecía que no existían.

Soltó los papeles en su escritorio y sacó la pila de proyectos de edificación por firmar. Si era sincera, pensaba que temas tan banales los llevaba otra persona y no el Hokage, cuya misión principal sería la organización táctica de sus ninjas.

Volvieron a picar a su puerta, ella frunció el ceño. Aunque el tránsito era siempre igual o más ajetreado que entonces, se le hacía extremadamente molesto no tener ni treinta minutos seguidos para concentrarse en algo.

Raíz | Kakashi HatakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora