Capítulo 25: Quince días.

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     Makoto estaba sentada en el sofá de su casa con Kakashi al lado. Ambos habían acordado que, durante quince días, si no se amoldaban el uno al otro y conseguían sentirse cómodos ciciendo juntos, la idea de casarse sería desechada.

     —Tengo quince días para parecer un buen hombre —comentó el Hatake. La mujer bostezó, cansada.

     —Vivir contigo será divertido, tener una casa tan grande para solo una persona es un desperdicio —dijo ella, apoyando su cabeza en el reposabrazos de la esquina izquierda.

     —Será más pequeña cuando se amplie la familia —habló Kakashi. La Senju le miró con una ceja levantada.

     —Vaya propuesta más indecente. —El hombre carraspeó.

     —Me refería a un gato o perro —explicó él.

     —Sí, claro, y yo tengo el pelo verde. —Makoto se levantó y fue a la cocina. —¿Quieres algo para comer? —Kakashi fue con ella y sacó un poco de pan para rallarlo.

     —Hace tiempo nos hiciste a Naruto y a mí pollo empanado, en ese momento no te lo dije, pero fue lo mejor que había comido en años —explicó él.

     —No mientas, Hatake, no eran para tanto —dijo Makoto, sonriendo.

     —Sí que lo eran, al menos para mí. Déjame ayudarte a cocinar esta vez. —La Senju asintió y sacó unas pechugas de pollo de la nevera.

     —¿Te gustaría repetir? —Kakashi asintió, sonriendo. —Bien, ralla el pan mientras yo compro unas verduras para hacer empanadas. —Él asintió y Makoto salió a comprar.

     Durante el tiempo que hubo estado fuera, Kakashi se había dedicado a rallar pan y a husmear por la casa de la Senju, ya que iba a vivir ahí, ¿por qué no investigar un poco?

     La casa de su novia era inmensa, tal como ella había dicho. La luz entraba por enormes ventanales que se cerraban con cortinas bordadas con oro y cristales, como si fueran de la realeza. Cada estancia tenía unas letras señalizando lo que eran o a quienes pertenecían.

     Como bien relataba un dicho, la curiosidad mató al gato, pero, de algo se tiene que morir. Kakashi no pudo evitar la tentación de entrar en la habitación de los padres de Makoto, que estaba completamente limpia, aunque se notaba que nadie residía en ella —ya fuera por el excesivo orden, o la inmaculada pulcritud—. Abrió los cajones de las mesitas de noche y se encontró los anillos de cada uno, de oro rosa con diamantes pequeños alrededor. A su lado, se encontraban unos papeles, los votos matrimoniales.

     —¿Pero esto no se quemaba? —se cuestionó—. Juraría que sí. —Sin ningún reparo, comenzó a leerlos. Todos eran ñoñerías, él, sin ningún tipo de duda, no se atrevería a orarlos frente a alguien más a parte de Makoto. Reparó de nuevo en los anillos, eran hermosos, quizá a cierta Senju le hará ilusión utilizarlos. Suspiró, metió los objetos de nuevo en los cajones y volvió abajo. Sacó unos refrescos de la nevera y los puso en la mesa, después de unos minutos, Makoto entró sonriendo por la puerta.

     —Hoy es mi día de suerte, he conseguido un descuento especial y un chico me ha llevado las bolsas —explicó ella dejando las bolsas en la cocina.

     —Caray, qué gran suerte —respondió él, sacando las verduras para trocearlas.

     El par cocinó juntos y se comieron lo preparado en menos de media hora. No habían hablado demasiado porque no tenían casi nada que decir y, sinceramente, ambos apreciaban la comodidad del silencio.

     Se instalaron en el sofá de la sala, cansados.

     —Kakashi... —susurró Makoto, tumbada en el sofá y con la cabeza en sus piernas—. ¿Por qué me quieres? —Él sonrió, quitándose la máscara.

Raíz | Kakashi HatakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora