Prólogo.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

Central Park, Nueva York - Marzo del 2020 - 9:15 am

Endorfina.

Nada como una buena dosis de endorfinas cada mañana.

Siempre vengo a Central Park para empezar el día. Correr es bueno para mí y una gran manera de empezar la mañana.

Llevaba casi una hora y media corriendo, lo que era suficiente para sentirme cansada. Decidí ir a hablar con mi único amigo en el parque, como siempre hacía todos los días.

—¡Buenos días, Sr. Carter! ¿Cómo va su día? —le dije al hombre canoso que estaba detrás del puesto de perritos calientes.

—¡Buenos días, Luisita! Muy bien, ¿y tú cómo estás?

—Estoy bien.

—Veo que no te cansas de venir aquí cada día.

—Nunca lo hago —sonrío —Me gusta sentir la brisa fresca de la mañana.

—Tenga cuidado de no resfriarse, señorita —se detuvo y miró al cielo —Parece que va a llover si sigue así.

Seguí su mirada. La oscuridad se había apoderado de casi toda la inmensidad del azul que había llenado el cielo cuando salí de casa.

—Creo que será mejor que corra para llegar a casa a tiempo —abrí los ojos sorprendida.

—Espero que lo consiga —me respondía sonriente.

—Yo también. ¡Hasta mañana, Sr. Carter! —lo saludé con la mano.

No vivía muy lejos del parque. Sólo unas pocas manzanas y llegaría a mi piso.

Volví a correr, esta vez con un poco más de velocidad aunque sabía que no llegaría a casa a tiempo sin mojarme por la lluvia, quería intentar al menos no empaparme por completo.

Bien. Demasiado tarde.

La lluvia empezó a caer y no parecía que se anduviera con chiquitas. Las gotas de agua caían con fuerza desde el cielo gris y me golpeaban de lleno. En unos minutos, si seguía así, estaría empapada.

Después de un rato corriendo conseguí salir del parque. Me dirigí al paso de cebra para poder cruzar la Quinta Avenida con seguridad, y esperar hasta que el muñeco del semáforo esté en verde, indicando que el cruce estaba permitido.

Había sido testigo de varios accidentes con ciclistas e incluso con corredores aficionados como yo por no prestar atención al cruzar la calle.

Había dos grupos de personas. El grupo del otro lado, al que pretendía ir, con gente que parecía importante. Hombres con sus trajes y hablando por sus teléfonos móviles. Las mujeres llevaban ropas sociales que iban desde vestidos, hasta simples conjuntos con camisas y faldas. Algunos tenían paraguas, otros no llevaban.

Y el otro grupo, el mío, que estaba en el lado opuesto del primer grupo, también esperando la señal para cruzar, había importantes hombres y mujeres de negocios con sus maletines, pero también había gente con un atuendo más sencillo, como yo, que sólo llevaba una sudadera para entrenar.

Mientras esperaba la señal, me detuve a analizar mi estado. Sin paraguas, sin chubasquero, con el pelo mojado por el agua que insistía en caer y la ropa completamente empapada.

Sr. Carter, claramente no he conseguido llegar a casa.

Noté un movimiento de gente a ambos lados y me di cuenta de que el cartel se había puesto verde dando la señal por fin. Empecé a caminar y fui empujada un par de veces por algunas personas apuradas que inevitablemente intentaban llegar a sus destinos sin mojarse, pero tuve que dejar de caminar cuando fui brutalmente golpeada en el hombro por una sombra negra.

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