Capítulo 4.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

"Tu nuevo jefe... La estás mirando."

Las palabras de Amelia seguían resonando en mi cabeza.

Intenté concentrarme en el hecho de que no era gran cosa, después de todo las coincidencias ocurren, ¿no? El mundo es un pañuelo.

—¿Significa eso que vamos a trabajar juntas? —parpadeé rápidamente, tratando aún de procesar la información.

—Básicamente, sí —cogió su teléfono móvil y comprobó la hora —¿Tienes algún sitio al que ir ahora?

Forcé mi mente para recordar cualquier cita que pudiera haber hecho con alguien y no encontré nada.

—No, estoy libre el resto del día. ¿Por qué?

—¿Qué te parece si vamos a tomar un café? Luego te explicaré lo que haremos juntas. Conozco una gran cafetería cercana.

—Eso es perfecto para mí —sonreí.

Bajamos las escaleras y, al acercarnos a la salida, nos dimos cuenta de que el mundo se caía fuera. Una lluvia muy fuerte se apoderaba de toda la zona.

—Maldita sea, no podremos salir —dije desanimada.

—Sí, lo haremos. Sólo un pequeño cambio de planes. En lugar de caminar, vamos a tomar mi coche —Amelia hizo sonar las llaves en sus manos.

[...]

—Vamos a tener que mojarnos un poco ahora —Amelia habló, aparcando el coche.

Miré a mi alrededor, buscando una cafetería y encontré un cartel que me resultaba muy familiar.

"Café - Los Gómez".

Me eché a reír.

—¿En serio me has traído aquí? —pregunté, todavía riendo.

—¿Qué? Me vas a decir que no te gusta el café que hace tu mamá —Amelia se volvió hacia mí.

—No es eso. De todas las cafeterías de Nueva York, ésta es la última que pensé que me traerías.

—Bueno, culpa a la Sra. Manolita. Esta es la mejor cafetería de toda la ciudad —sacudió la cabeza en señal de acuerdo con lo que acababa de decir.

—No puedo estar en desacuerdo, de verdad —sonreí con la lengua entre los dientes.

Amelia me miró fijamente durante unos segundos y luego me devolvió la sonrisa.

—¿Nos vamos? —dijo.

—¿Cómo vamos a hacerlo? ¿Salir corriendo bajo la lluvia y mojarse parcialmente, o caminar lentamente y empaparse? —pregunté, volviéndome hacia ella.

—Primera opción. Sólo trata de no caer.

—Prometo que lo intentaré —respiré profundamente —¿A la de tres?

—Uno... —dijo, preparándose para abrir la puerta del coche.

—Dos... —seguí contando, repitiendo su gesto.

—¡TRES! —hablamos juntas, y sincronizadamente cerramos las puertas y nos reunimos en la acera.

Amelia pulsó el botón de la llave y el coche se cerró. Nos metimos bajo un pequeño toldo, donde esperamos a que se apague la luz.

—Cuando la luz se apague, sé rápida, pero ten cuidado de no caerte. Sólo sígueme. Todo saldrá bien.

La lluvia parecía haber aumentado aún más. Los coches empezaron a reducir la velocidad, lo que significaba que el semáforo estaba probablemente en amarillo.

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