Capítulo 43.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

Tres días.... hoy hacía tres días que Amelia y yo nos habíamos casado. Tres días que había pasado de ser mi prometida a convertirse en mi esposa.

La noche de Nochebuena nos quedamos en nuestra fiesta de bodas hasta que se fue el último invitado. Nos dirigimos al piso de Amelia con el coche lleno de regalos, que fueron abiertos amablemente la tarde siguiente.

Pasamos la noche juntas, durmiendo sólo cuando el sol ya se había puesto en el cielo de Nueva York. Dejamos el piso organizado para cuando volviéramos de nuestra luna de miel y nos dirigimos en taxi al aeropuerto internacional de Nueva York, donde nos esperaba el avión con destino a la ciudad del amor: París.

La elección del destino fue muy fácil ya que nos basamos en nuestro mapa de lugares que visitar antes de morir.

Para no tener preferencias y garantizar que la aventura del viaje fuera aún mayor, decidimos numerar cada destino, colocándolos dentro de una cajita, de la que sacamos un número, que revelaba a dónde íbamos.

Y así lo hicimos....

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París, Francia - 03:40 P.M.

Habían pasado aproximadamente dos horas y media desde nuestra llegada al país de los enamorados. Amelia y yo decidimos no escatimar nuestros ahorros y elegimos el ático del hotel para alojarnos.

Ya habíamos deshecho el equipaje, guardando nuestras cosas en los cajones vacíos de los armarios del dormitorio y del baño. Estaba tumbada en la mullida cama rellena de mantas y almohadas, mirando al techo decorado con arabescos dorados mientras sonreía como una tonta, sin creer que estaba al otro lado del océano junto a la mujer que tanto quería.

—Cariño, estuve hablando con un chico en el vestíbulo y me dijo que en treinta minutos habrá un minibús que saldrá desde la parte delantera del hotel hasta la Torre Eiffel. ¿Qué te parece si vamos? —Amelia habló con entusiasmo al entrar en la habitación.

Me senté en la cama y la miré, viéndola desenvolver el pañuelo del cuello, dejándolo detrás de la puerta. Sonreí genuinamente mientras la veía desnudarse lentamente, capa a capa de ropa, hasta que sólo llevaba una camiseta de manga larga.

—Ven aquí —la llamé, acariciando mis muslos.

Ella rió y enseguida se acercó a la cama, subiéndose al colchón y colocándose sobre mis piernas. Llevé mis manos a sus caderas y comencé a acariciarlas.

—No has respondido a mi pregunta —me miró.

—Creo que es una gran idea, amor —incliné mi cara hacia el lado de su cuello, donde empecé a repartir unos cuantos besos.

—Luisita —su voz se quebró.

—¿Sí? —murmuré sin dejar de besar su piel.

—Si seguimos a este ritmo vamos a perder el minibús —jadeó al sentir mis dientes mordisqueando su cuello.

—No si nos movemos rápido —susurré.

—Eres tremenda —dijo, empujando mi cuerpo contra el colchón y tumbándose encima de mí.

—No más que tú —sonreí con picardía antes de besarla.

[...]

—¿Tienes espacio para dos más? —pregunté, riendo sin sentido mientras corría hacia el minibús frente al hotel.

El conductor del vehículo se turnó para mirar entre Amelia y yo, que estábamos jadeando, antes de dejarnos subir.

—Tenemos dos asientos, en el centro del vehículo.

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