Capítulo 30.

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Punto de vista de Amelia Ledesma.

—Es todo tuyo —puse la llave en la mano de Luisita —Sorpréndeme.

La rubia en mi regazo sonrió de oreja a oreja y se inclinó sobre mi cuerpo para poder llegar a mi boca, besándola brevemente antes de levantarse. Luisita me tendió la mano y yo la acepté, poniéndome a su lado y caminando hacia mi coche.

—Permítame, señorita —habló antes de abrir la puerta del pasajero para que yo pudiera entrar.

—¡Oh, gracias! —me incliné antes de entrar en el coche, lo que la hizo reír.

Cerró la puerta del pasajero, rodeó el coche y luego vino por el otro lado, sentándose en el asiento del conductor. La vi ajustar los espejos y la distancia del asiento.

Es tan hermosa.

—¿Te has abrochado el cinturón? —su voz me llamó la atención.

Miré a mi izquierda y me pasé el cinturón de seguridad por el cuerpo y lo abroché junto al freno de mano.

—Lo hice —sonreí.

—Qué bonito.

—Te ves muy bien en ese lado del asiento.

Bajó la mirada, puso la llave en el contacto y arrancó el coche.

—Es repugnante la facilidad con la que puedes sonrojarme —me miró y pude ver que sus mejillas estaban sonrojadas.

—Me gusta dejarte así.

—Salgamos de aquí antes de que pierda el control —sacudió la cabeza negativamente y puso la marcha atrás, apoyándose en el asiento del copiloto y mirando hacia atrás.

Ya en la autopista, volviendo al centro de Nueva York y dirigiéndome al misterioso lugar al que me llevaba Luisita, aproveché que su atención estaba centrada en el tráfico y comencé a observarla.

La ventanilla de su lado estaba abierta y, con la ayuda de la velocidad del coche, el viento se hizo presente, meciendo los mechones rubios de su pelo y trayendo hasta mí el maravilloso olor de su perfume.

El cielo aún estaba anaranjado por el atardecer y los pocos rayos de sol que aún brillaban se reflejaban en los ojos marrones de mi chica, dejándolos en una tonalidad que se asemejaba al color de la miel.

Se sujetó la cara con la mano izquierda, que estaba apoyada en la ventanilla del coche. Su brazo derecho, cubierto hasta la mitad por su chaqueta vaquera, estaba completamente extendido y su mano manejaba el volante.

Estaba muy concentrada.

Noté que sus mejillas adquirían un tono rosado y la mano que había estado apoyada en su cara encontró su pelo, tirándolo hacia el lado contrario. Sonrió y trató de girar la cara hacia la ventana.

—Puedo sentir que me observas ¿sabes? —dijo riendo.

—Sí, pero no me importa —respondí con sinceridad —Siempre he mantenido que lo que es bello debe ser apreciado, y eso es lo que he estado haciendo desde que nos pusimos en la carretera.

Luisita me miró y por primera vez desde que nos sentamos una al lado de la otra en el banco de madera nuestros ojos se encontraron.

—Tú no eres real, ya te lo he dicho —ella movió la cabeza negativamente.

—Sí que lo soy —tomé su mano y la puse sobre mi muslo —Aquí, siente. Soy real.

Bajó la mirada a mi pierna y luego volvió a mirarme a la cara.

—¿Es una prueba? —preguntó.

—¿Una prueba?

—Para ver hasta dónde puedo controlarme.

The RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora